«Cada mañana y cada tarde debían estar presentes para agradecer y alabar al SEÑOR» (1 Crónicas 23:30).
La mañana es un tiempo muy importante del día. Usted nunca debe enfrentar el día sin haberse encontrado con Dios, ni mirarle a la cara a otros sin haberlo mirado cara a cara a él. Usted no alcanzará la victoria que espera lograr si comienza el día en sus propias fuerzas.
Comience el trabajo de cada día después de haber recibido la influencia de momentos quietos y reflexivos entre su corazón y Dios.
No se reúna con nadie, incluyendo a los miembros de su propia familia, sin que primero se haya reunido con el más grande huésped y honrosa compañía de su vida: Cristo Jesús. Reúnase con él a solas y en forma regular, y con el Libro de su consejo abierto ante usted.
Luego enfrente las responsabilidades ordinarias y únicas de cada día con la influencia renovada y el control de su carácter sobre todas sus acciones.
Aquellos que han conseguido más para Dios en este mundo son los que han doblado sus rodillas cada mañana. Por ejemplo, Matthew Henry pasaba cada mañana de cuatro a ocho en su estudio.
Luego, en seguida del desayuno y un tiempo de oración familiar, volvía a su estudio hasta el mediodía. Después del almuerzo, escribía hasta las cuatro de la tarde y el resto del tiempo lo pasaba visitando amigos.
Philip Doddridge se refirió a su Expositor Familiar como un ejemplo de la diferencia de levantarse a las cinco de la mañana en lugar de hacerlo a las siete.
Se dio cuenta de que alargar su día de trabajo en un veinticinco por ciento equivalía a agregar diez años de trabajo a su vida en un periodo de cuarenta años.
El Comentario Bíblico de Adam Clarke se escribió originalmente en horas de la mañana. El popular y muy práctico comentario Las notas de Barnes, escrito por Albert Barnes, fue también fruto de la madrugada. Y Sketches, de Charles Simeon, fue mayormente escrito entre las cuatro y las ocho de la mañana.