«Antes de comenzar el primer año de hambre, José tuvo dos hijos con su esposa Asenat, la hija de Potifera, sacerdote de On. Al primero lo llamó Manasés, porque dijo: “Dios ha hecho que me olvide de todos mis problemas, y de mi casa paterna.” Al segundo lo llamó Efraín, porque dijo: “Dios me ha hecho fecundo en esta tierra donde he sufrido”» (Génesis 41:50–52).
Un poeta, de pie ante una ventana, mira en una torrencial lluvia de verano caer el agua con fuerza sobre la tierra. El poeta, con su imaginación, ve más que una lluvia que cae. Ve una miríada de hermosas flores descendiendo en forma de lluvia sobre la tierra recién regada… Y entonces, canta:
No es lluvia la que cae; son narcisos;
En cada gota veo flores sobre los cerros.
Una nube de color gris envuelve el día;
No está lloviendo lluvia, están lloviendo rosas.
Quizás usted, como hijo de Dios, esté pasando por una prueba y se esté diciendo: «Oh, Señor, me está lloviendo duro esta noche y temo que esta prueba sea superior a mis fuerzas… Mi corazón se estremece de la congoja y se aterroriza ante la intensidad de mi sufrimiento. Las lluvias de la aflicción anegan mi alma».
Mi amigo, debo decirle que si piensa así, está completamente equivocado. No es lluvia la que Dios está derramando sobre usted; son bendiciones. Si solamente creyera la Palabra de Dios, se daría cuenta de que la lluvia no es otra cosa que flores espirituales. Y son más hermosas y aromáticas que todas aquellas que crecieron en su vida sin tormentas y sin sufrimientos.
Usted puede ver la lluvia, ¿pero puede también ver las flores? Quizá está sufriendo por diversas pruebas, pero sabe que Dios ve descendiendo sobre usted a través de esas pruebas tiernas flores de fe.
Usted trata de huir del dolor, pero Dios ve su tierna compasión por otros que sufren y tratan de encontrar luz en su alma; su corazón se estremece ante el dolor ajeno, pero Dios ve la profunda tristeza que hay en su alma y se propone enriquecer su vida.
—J. M. M.