«Si hubieras estado aquí» (Juan 11:21).
«Si solo mis circunstancias y mi medio ambiente fueran diferentes…».
«Si solo fulano no estuviera tratando de vivir con…».
«Si solo tuviera las oportunidades, las ventajas que tienen otros…».
«Si solo esa dificultad insuperable, esa tristeza, ese problema, pudiera alejarse de mi vida; entonces ¡qué diferentes serían las cosas! Y qué diferente sería yo».
Ah, querido amigo, no eres el único que ha tenido esos pensamientos. Nada menos que el apóstol Pablo rogó al Señor tres veces que quitara la espina de su carne: y sin embargo, no se la quitó.
Cierto caballero tenía un jardín que hubiera sido muy hermoso si no hubiese estado deformado por una roca inmensa que se introducía bajo la tierra. Trató de hacerla volar con dinamita, pero en el intento lo único que logró fue hacer añicos las ventanas de la casa.
Como era muy obstinado, usó métodos drásticos, uno tras otro para deshacerse de la deformación hasta que, por último, murió de preocupación y esperanzas frustradas.
El heredero, un hombre que no solo tenía sentido común, sino que lo usaba, pronto percibió que era inútil esforzarse por mover la roca y por consiguiente, se puso a trabajar para convertirla en un jardín boscoso que cubrió con pinturas al fresco, flores, helechos y parras.
Pronto sucedió que los que visitaban el jardín comentaban acerca de su belleza inigualada y el propietario no podía decidir del todo qué le daba mayor felicidad: el aspecto armonioso de su jardín o el éxito de haberse adaptado a aquello que era demasiado profundo como para moverlo.
Así que la piedra antiestética que no se podía quitar resultó ser la ventaja más valiosa en ese jardín cuando trató con ella alguien que sabía cómo sacar provecho de sus propios defectos. —Seleccionado ¡A menudo, Dios planta sus flores entre rocas ásperas!