«Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al SEÑOR tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al SEÑOR tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. El SEÑOR te guió a través del vasto y horrible desierto, esa tierra reseca y sedienta, llena de serpientes venenosas y escorpiones; te dio el agua que hizo brotar de la más dura roca» (Deuteronomio 8:10–15).
Una vez conservé por cerca de un año un capullo con forma de botella de una mariposa emperador. El cuello de la «botella» era demasiado estrecho como para que el insecto pudiera salir sin esfuerzo.
La gran disparidad entre el tamaño de la abertura y el tamaño del insecto prisionero hace que una persona se pregunte cómo es que la mariposa puede salir. Se cree que la presión a la que el cuerpo de la mariposa tiene que someterse para poder salir por un conducto tan estrecho es la forma en que la naturaleza hace que los fluidos vayan a las alas, ya que están menos desarrolladas al momento de emerger del capullo que en otros insectos.
Pude observar los primeros esfuerzos de mi mariposa prisionera para escapar de su prolongado enclaustramiento.
Todas las mañanas me detenía a verla cómo luchaba por salir de su encierro, pero la pobre mariposa lograba llegar hasta cierto punto y de ahí se deslizaba hacia atrás. ¡Y a empezar de nuevo! Al final, mi paciencia se agotó, así es que con la punta de unas tijeras corté unos finos hilos que la sujetaban para hacerle la salida más fácil.
Inmediatamente, mi mariposa pudo salir arrastrando un enorme cuerpo hinchado y unas pequeñas alas arrugadas. Mientras examinaba las hermosas y delicadas manchas de varios colores que parecían bellas miniaturas, esperaba ansioso ver cómo llegaba a su tamaño natural. Pero esperé en vano. Mi equivocada ternura había probado ser su ruina. La mariposa había sufrido una vida abortada, arrastrándose dolorosamente a través de su corta existencia en lugar de volar con sus alas multicolores.
A menudo pienso en mi mariposa, especialmente cuando observo con lágrimas en los ojos a aquellos que sobrellevan penas, sufrimientos y angustias. Mi tendencia es acudir en su ayuda para aliviar la disciplina y traerles liberación. ¡Qué miope soy!… Porque Dios ama a sus hijos, él nos disciplina (Hebreos 12:10).