«Sino que dijisteis: No, antes huiremos en caballos; por tanto, vosotros huiréis. Sobre corceles veloces cabalgaremos; por tanto, serán veloces vuestros perseguidores.» (Isaías 30:16).
Dios nunca es lento desde su punto de vista, pero sí lo es desde el nuestro, porque la impetuosidad y el hacer cosas prematuramente son debilidades universales.
Dios vive y se mueve en la eternidad, y todos los pequeños detalles de su obra deben ser como él mismo y deben tener la majestad y el movimiento mesurados, así como la precisión y la inspiración de la sabiduría infinita; tenemos que permitir que Dios actúe con rapidez y nosotros actuar con lentitud.
El Espíritu Santo nos dice que debemos estar «listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse». Esto es, listos para recibir de Dios, pero lentos para emitir las opiniones y las emociones del hombre.
Nos perdemos muchas cosas que Dios quiere darnos por no ir lo suficientemente despacio con él. ¿Quién quisiera que Dios cambiara sus perfecciones para acomodar nuestros caprichos?
¿No hemos tenido vislumbres de las perfecciones de Dios, percepciones de verdades hermosas, revelaciones silenciosas de oportunidades diarias, suaves interrupciones del Espíritu Santo en nuestras decisiones o palabras, dulces y secretas inspiraciones para hacer ciertas cosas?
Hay un tiempo en el universo para que cada cosa llegue a su madurez, e ir despacio con Dios es el ritmo celestial que reúne todas las cosas en el momento que están maduras.
¡Lo que ganan los que esperan en Dios, vale la pena esperarlo!
¡Ir despacio con Dios es nuestra mayor seguridad!

