«Pues aunque no vean viento ni lluvia —dice el SEÑOR—, este valle se llenará de agua, de modo que podrán beber ustedes y todos sus animales. Esto es poca cosa para el SEÑOR, que además entregará a Moab en manos de ustedes…»A la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, toda el área se inundó con el agua que venía de la región de Edom» (2 Reyes 3:17–20).
Para el razonamiento humano, lo que Dios prometió parecía sencillamente imposible; sin embargo, para él nada es demasiado difícil. Sin un ruido o señal y desde vertientes invisibles y aparentemente imposibles, el agua fluyó toda la noche, y «a la mañana siguiente… toda el área se inundó con el agua… el sol se reflejaba sobre el agua, y… [parecía] que estaba teñida en sangre» (2 Reyes 3:20, 22).
Nuestra incredulidad siempre está deseando una señal externa. La fe de muchos está basada mayormente en el sensacionalismo. No están convencidos de la genuinidad de las promesas de Dios sin alguna manifestación visible. Pero el más grande triunfo de la fe de una persona es: «Quédense quietos, reconozcan que [él es] Dios» (Salmos 46:10).
La más grande victoria de fe es pararse a la orilla del infranqueable Mar Rojo y escuchar al Maestro decir: «Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el SEÑOR realizará a favor de ustedes» (Éxodo 14:13, itálicas del autor) y «Que se pongan en marcha» (Éxodo 14:15, itálicas del autor).
Al ponernos en movimiento por fe, sin ninguna señal o sonido, dando nuestros primeros pasos dentro del agua, vamos a ver cómo el agua se divide. Y al continuar avanzando, veremos cómo se abre un ancho camino en el medio mismo del mar.
Cada vez que he visto la obra maravillosa de Dios cuando se ha tratado de alguna sanidad milagrosa o de alguna liberación extraordinaria por su providencia, lo que siempre me ha impresionado más ha sido la absoluta tranquilidad en que se ha hecho.
También me ha impresionado la ausencia de sensacionalismo y dramatismo y el absoluto sentido de mi propia incapacidad al permanecer en la presencia del todopoderoso Dios, dándome cuenta de cuán fácil ha sido todo esto para él al hacerlo sin el más remoto esfuerzo de su parte o la más mínima participación mía.