«En cambio, la tierra que van a poseer es tierra de montañas y de valles, regada por la lluvia del cielo. El SEÑOR su Dios es quien la cuida; los ojos del SEÑOR su Dios están sobre ella todo el año, de principio a fin» (Deuteronomio 11:11–12).
Al comienzo de cada año, ¿quién sabe con qué se va a encontrar? ¿Qué nuevas experiencias o cambios ocurrirán? ¿Qué nuevas necesidades se presentarán? A pesar de la incertidumbre ante nosotros, tenemos un grato y confortante mensaje de nuestro Padre celestial: «El SEÑOR su Dios es quien la cuida [la tierra]; los ojos del SEÑOR su Dios están sobre ella todo el año, de principio a fin» (Deuteronomio 11:12). El Señor debe ser nuestra fuente de provisión.
Pero la tierra que tenemos que poseer es una tierra de valles y montañas. No todo es plano o pendientes. Si la vida fuera siempre suave y nivelada la aburrida uniformidad nos empujaría hacia abajo. Necesitamos los valles y las montañas. Las montañas recogen la lluvia para cientos de fructíferos valles.
¡Lo mismo ocurre con nosotros! Son los difíciles encuentros en las montañas los que nos conducen al trono de gracia y traen las lluvias de bendición. Pero son las montañas, las heladas y aparentemente improductivas montañas de la vida, esas montañas que nos mandan la lluvia, las que nos hacen quejarnos y reclamar.
¡Cuánta gente que pudo haber prosperado en las montañas ha perecido en los valles desérticos sepultados bajo sus arenas doradas! ¡Y cuántos pudieron haber muerto por el frío, destruidos o barridos o despojados de su fecundidad por el viento de no ser por esas montañas severas, duras, resistentes y tan difíciles de subir! Los montes de Dios son una bendita protección para su pueblo en contra de sus enemigos.
No podemos ver qué pérdidas, penas y pruebas se han derrotado. Solo necesitamos creer. Hoy día, el Padre está cerca de nosotros para tomarnos de la mano y guiarnos en nuestro caminar. Este será un año bueno y bendecido.
—Seleccionado