«La viuda de un miembro de la comunidad de los profetas le suplicó a Eliseo:
—Mi esposo, su servidor, ha muerto, y usted sabe que él era fiel al SEÑOR. Ahora resulta que el hombre con quien estamos endeudados ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos.
—¿Y qué puedo hacer por ti? —le preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en casa?
“Ahora ve a vender el aceite, y paga tus deudas. Con el dinero que te sobre, podrán vivir tú y tus hijos”» (2 Reyes 4:1–7).
La viuda y sus dos hijos iban a estar a solas con Dios. No tendrían que vérselas con las leyes de la naturaleza, con el gobierno, con la iglesia ni con el sacerdocio. Ni tampoco con Elías, el gran profeta de Dios.
Tendrían que estar aislados de todos, separados de los razonamientos humanos y quitados de las tendencias naturales de prejuzgar sus circunstancias. Sería como si hubiesen sido lanzados al vasto espacio sideral dependiendo solo de Dios, en contacto con la fuente de los milagros.
Este es un ingrediente en los planes de Dios en su relación con nosotros. Tenemos que entrar a la cámara secreta de aislamiento en oración y con fe que es muy fructífera. En cierto tiempo y lugar, Dios levantará una misteriosa muralla alrededor de nosotros.
Quitará todos los soportes en los que habitualmente nos apoyamos y todo lo que constituye nuestro estilo habitual de hacer las cosas. Dios nos pondrá ante algo divino, completamente nuevo e inesperado y que no puede entenderse examinando nuestras anteriores circunstancias.
Estaremos en un lugar donde no sabremos lo que está ocurriendo, donde Dios está cortando la ropa de nuestras vidas por un nuevo patrón para que nos parezcamos más a él.
Muchos cristianos llevan una vida monótona; una vida en la cual es posible predecir casi todo lo que les va a suceder. Pero las almas que Dios guía a situaciones impredecibles y especiales son separadas por él.
Todo lo que saben es que son de Dios y él está tratando en sus vidas. De esta manera, sus expectativas vienen solo de él.
Al igual que esta viuda, debemos desapegarnos de las cosas externas y apegarnos a las internas para ver las maravillas del Señor.