«Él cargó» (Mateo 8:17).
Pienso que quizás el obstáculo más grande en apropiarnos de Dios para nuestros cuerpos es la falta de conocerlo a él porque después de todo, en su esencia más profunda, no es una cosa; no es una experiencia.
Es la revelación de Jesucristo como una Persona viva y todopoderosa, y después, la unión de ese Cristo vivo con nuestro cuerpo, de manera que se produce un lazo, un vínculo, un eslabón viviente por el cual su vida se mantiene fluyendo hacia la nuestra y porque él vive, nosotros también viviremos.
Esto es tan real para mí que gimo en mi espíritu por los que no lo conocen en esta bendita unión y me pregunto algunas veces por qué me ha permitido conocerlo de esta manera preciosa. No hay una hora del día o de la noche que yo no esté consciente de ese alguien que está más cerca de mí que mi corazón o mi cerebro.
Yo sé que él vive en mí, y que se trata de la afluencia continua de la vida de él. Si yo no tuviera esto, no pudiera vivir. Mi fortaleza física de antes se dio por vencida hace mucho, mucho tiempo; pero alguien sopló en mí con suavidad, no con violencia, ni extrañas emociones, sino solo con su vida saludable.
—Dr. A. B. Simpson
Recuerdo cómo una vez, estando en mi estudio, me sentí muy enfermo de repente. Caí de rodillas y clamé a Dios por ayuda. Al instante, todo dolor desapareció y me sentí perfectamente bien. Parece que Dios estaba allí mismo, extendió su mano y me tocó. El gozo de la sanidad no fue tanto como el del encuentro con Dios.
—Dr. R. A. Torrey
«Jesucristo… el mismo ayer, y hoy, y por los siglos».