«Cuando salgas a pelear contra tus enemigos y veas un ejército superior al tuyo,… No te desanimes ni tengas miedo; no te acobardes ni te llenes de pavor ante ellos, porque el SEÑOR tu Dios está contigo; él peleará en favor tuyo y te dará la victoria sobre tus enemigos”» (Deuteronomio 20:1–4).
La Biblia tiene mucho que decir sobre esperar en Dios, y esta enseñanza nunca se enfatizará lo suficiente. Nos impacientamos muy fácilmente con las demoras de Dios. Pero muchos de los problemas que tenemos en la vida son el resultado de nuestra impaciente y a veces temeraria prisa.
No podemos esperar para recoger los frutos, sino que insistimos en cosecharlos cuando están aún inmaduros. No podemos esperar la respuesta a nuestras oraciones, aunque pudiera tomar años para que todo esté listo para la respuesta. Sin embargo, esta enseñanza tiene otro lado: con frecuencia, es Dios quien tiene que esperarnos a nosotros.
Cuántas veces dejamos de recibir la bendición que él ha preparado para nosotros porque no estamos yendo adelante con él. Aunque es verdad que perdemos muchas bendiciones por no esperar en Dios, también perdemos muchas bendiciones por esperar más de lo que debemos. Hay ocasiones cuando se requieren fuerzas para simplemente sentarse y esperar en silencio, pero también hay ocasiones cuando tenemos que ponernos de pie y caminar resueltamente hacia adelante.
Muchas de las promesas de Dios son condicionales que requieren alguna acción inicial de nuestra parte. Una vez que empecemos a obedecer, él comenzará a bendecirnos. A Abraham se le prometieron grandes cosas, pero no habría podido obtener ninguna de ellas si se hubiera puesto a esperar sin moverse de Ur de los Caldeos.
A los diez leprosos a los que Jesús sanó les dijo que fueran y se presentaran ante el sacerdote, y «resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios» (Lucas 17:14, itálicas del autor). En el momento que su fe empezó a moverse, llegó la bendición.
Cuando los israelitas se vieron atrapados por el ejército de Faraón que los perseguía y el Mar Rojo, se les ordenó que se pusieran «en marcha» (Éxodo 14:15). No tuvieron que esperar más sino levantarse de sus rodillas y ponerse «en marcha» con una fe heroica.
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