«Por la mañana, cuando el criado del hombre de Dios se levantó para salir, vio que un ejército con caballos y carros de combate rodeaba la ciudad.
—¡Ay, mi señor! —exclamó el criado—. ¿Qué vamos a hacer?
—No tengas miedo —respondió Eliseo—. Los que están con nosotros son más que ellos.
»Entonces Eliseo oró: “SEÑOR, ábrele a Guiezi los ojos para que vea.” El SEÑOR así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (2 Reyes 6:15–17).
Esta es la oración que tenemos que elevar por nosotros y por otros: «Señor, abre nuestros ojos para que podamos ver». Estamos rodeados, como lo estaba el profeta Eliseo, de «caballos y de carros de fuego» de Dios (2 Reyes 6:17), esperando ser transportardos a lugares de gloriosa victoria.
Una vez que nuestros ojos sean abiertos por Dios, veremos todos los eventos de nuestras vidas, grandes o pequeños, alegres o tristes, como un «carro» para nuestras almas.
Lo que sea que venga a nuestras vidas, se transforma en un carro en el momento en que lo tratamos como tal. Por otro lado, aun la prueba más pequeña puede llegar a ser un objeto que aplaste lo que encuentre a su paso y lo transforme en miseria y desesperación si lo permitimos.
La diferencia entonces llega a ser una decisión nuestra. Todo depende no de los hechos mismos, sino de cómo vemos esos hechos. Si simplemente nos dejamos estar, permitiendo que nos arrollen y nos aplasten, llegan a ser un vehículo incontrolable de destrucción.
Pero si nos subimos a ellos como quien se sube a un carro de victoria, llegan a ser los carros de Dios que triunfalmente nos llevan adelante y arriba.