«Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás, rey de Israel, fue a verlo. Echándose sobre él, lloró y exclamó:
—¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel! Eliseo le dijo:
—Consigue un arco y varias flechas. Joás así lo hizo. Luego Eliseo le dijo:
—Empuña el arco. Cuando el rey empuñó el arco, Eliseo puso las manos sobre las del rey y le dijo:
—Abre la ventana que da hacia el oriente. Joás la abrió, y Eliseo le ordenó:
—¡Dispara! Así lo hizo. Entonces Eliseo declaró:
—¡Flecha victoriosa del SEÑOR! ¡Flecha victoriosa contra Siria! ¡Tú vas a derrotar a los sirios en Afec hasta acabar con ellos! Así que toma las flechas —añadió.
»El rey las tomó, y Eliseo le ordenó:
—¡Golpea el suelo! Joás golpeó el suelo tres veces, y se detuvo. Ante eso, el hombre de Dios se enojó y le dijo:
—Debiste haber golpeado el suelo cinco o seis veces; entonces habrías derrotado a los sirios hasta acabar con ellos. Pero ahora los derrotarás sólo tres veces» (2 Reyes 13:14–19).
Joás, rey de Israel, pensó que había hecho muy bien cuando «golpeó el suelo tres veces, y se detuvo».
Para él aquel pareció haber sido un extraordinario acto de fe, pero el Señor y el profeta Eliseo estaban profundamente disgustados porque se había detenido demasiado pronto.
Sí. Él recibió algo; de hecho, fue algo muy grande, en último análisis, exactamente lo que habría esperado. Pero Joás no recibió nada de lo que Eliseo tenía intención que recibiera o que el Señor quería concederle.
Perdió mucho del significado de la promesa y la plenitud de la bendición. Recibió más que lo que cualquier ser humano pudo haberle dado, pero no recibió lo mejor de parte de Dios.
Cuán importante es que aprendamos a orar en medio de nuestras circunstancias y examinar detenidamente nuestros corazones con el mensaje que Dios tiene para nosotros.
De otra manera, nunca podremos llegar a recibir toda la plenitud de su promesa o todas las posibilidades que ofrece la oración de fe.
—A. B. Simpson

