«El que la pierda [su vida] por mi causa, la encontrará» (Mateo 10:39).
Cuando joven formé un negocio de venta de hielo al por mayor. Por dos estaciones sucesivas, las crecidas invernales arrasaron con nuestro hielo. En el invierno del que hablo, las cosas habían llegado a una situación crítica.
La temperatura bajó y el hielo se formó y se puso cada vez más grueso, hasta que estuvo en condiciones de recogerlo. Entonces llegó un pedido de miles de toneladas de hielo que nos sacaría por completo de nuestros problemas financieros.
No mucho antes de eso, Dios me había mostrado que era su voluntad que yo le entregara mi negocio a él. Nunca soñé la prueba que venía. A medianoche, hubo un ruido ominoso: ruido de lluvia. Para el mediodía, la tormenta rugía con violencia; por la tarde, ya yo había llegado a una gran crisis espiritual en mi vida.
He aprendido esto: un asunto puede parecer trivial, pero la crisis que sobreviene por un asunto pequeño puede ser profunda y trascendental en nuestra vida.
Para mediados de la tarde de ese día, yo había llegado a enfrentarme cara a cara con el hecho de que en lo profundo de mi corazón había un espíritu de rebelión contra Dios.
Y esa rebeldía parecía desarrollarse en esta sugerencia a mi corazón: «Tú le diste todo a Dios. Esta es la manera en que él te paga». Entonces otra voz me dijo: «Hijo mío, cuando dijiste que confiarías en mí, ¿fue eso lo que quisiste decir? ¿Permitiría yo que viniera algo a tu vida que no obrara para tu bien?». Y después la otra voz volvió: «¡Pero es difícil! ¿Por qué te quita el negocio si es limpio y honrado?».
Después de dos horas (durante las cuales se libró una de las batallas espirituales más grandes de mi vida), por la gracia de Dios, pude exclamar: «Toma el negocio; toma el hielo; tómalo todo; solo dame la suprema bendición de una voluntad sometida a ti por completo». ¡Y entonces vino la paz!
A medianoche, hubo otro ruido: ruido de viento. Por la mañana, el mercurio había bajado a cero y en unos días estábamos recogiendo el mejor hielo que habíamos tenido. Él me devolvió el hielo, bendijo mi negocio y continuó guiándome, hasta que me llevó desde allí al lugar que tenía para mí desde el principio: ser maestro de su Palabra.
—James H. McConkey
Dele su vida a Dios, ¡y Dios se la devolverá!