«Cuando los enemigos del pueblo de Judá y de Benjamín se enteraron de que los repatriados estaban reconstruyendo el templo del SEÑOR, Dios de Israel, se presentaron ante Zorobabel y ante los jefes de familia y les dijeron:
—Permítannos participar en la reconstrucción, pues nosotros, al igual que ustedes, hemos buscado a su Dios y le hemos ofrecido holocaustos desde el día en que Esarjadón, rey de Asiria, nos trajo acá… (Esdras 4:1–4).
Eran personas que vivían para ellos mismos y sus esperanzas, promesas y sueños aún los contrataban; sin embargo, el Señor comenzó a dar respuestas a sus oraciones.
Habían pedido un corazón arrepentido y se habían mostrado dispuestos a pagar el precio que fuera para conseguirlo. Y él les envió tristezas. Habían pedido pureza y él les mandó angustias repentinas.
Habían pedido mansedumbre y él les había quebrantado sus corazones. Habían pedido morir para el mundo y él mató todas sus esperanzas. Habían pedido ser hechos como él y él los puso en un fuego como «fundidor y purificador de plata» (Malaquías 3:3) hasta que pudieran reflejar su imagen.
Habían pedido que se les permitiera ayudar a llevar la cruz, pero cuando él se las ofreció, les desgarró las manos. Ellos no tenían pleno entendimiento de lo que habían pedido, pero él les había tomado la palabra y concedido todas sus peticiones.
… Y asombro y temor [fueron] sobre ellos como Jacob en Betel cuando soñó que «una escalinata… llegaba hasta el cielo» (Génesis 28:12)… o como los discípulos cuando «aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu» (Lucas 24:37), no entendiendo que era Jesús…
Para ellos resultaba más fácil obedecer que sufrir, trabajar que darse por vencidos y cargar la cruz que ser puestos en ella. Pero ahora no podían volver atrás porque habían llegado demasiado cerca de la cruz invisible de la vida espiritual y sus virtudes los había conmovido muy profundamente.
Y el Señor fue cumpliendo esta promesa suya a ellos: «Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo» (Juan 12:32).
… Ellos sabían que era bueno sufrir en esta vida para reinar en la que viene; soportar la cruz aquí abajo para usar una corona allá arriba; y saber que no su voluntad sino la de él se hizo en ellos y a través de ellos.