«Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído» (Isaías 65:24).
En una de sus grandes campañas evangelísticas en Chicago, Moody pidió a sus ayudantes que se unieran en oración para solicitar seis mil dólares y que pidieran que fueran enviados de inmediato. Oraron largo tiempo y con intensidad, y antes de que se levantaran de sus rodillas, les trajeron un telegrama. Decía más o menos las siguientes palabras:
Sus amigos en Northfield sintieron que usted necesitaba dinero para su obra en Chicago. Hemos tomado una ofrenda y hay seis mil dólares en las cestas.
«Y Ezequías y todo el pueblo se regocijaron de que Dios hubiera preparado al pueblo para hacerlo todo con rapidez» (2 Crónicas 29:36).
En relación con la obra de la misión en el oeste de Londres, el reverendo Hugh Price Hughes y sus colegas en cierta ocasión encontraron que necesitaban desesperadamente mil libras esterlinas y para tranquilizarse, se reunieron a media noche para orar por ello.
Después de un tiempo de súplica, uno del grupo prorrumpió en alabanza al sentir la certidumbre de que la oración había sido oída y contestada. El señor Hughes no compartía esa confianza tan absoluta. Mas creyó con temor y temblor.
Cuando llegó el día de anunciar la suma recibida, se descubrió que habían llegado novecientas noventa libras en un corto tiempo y de maneras extraordinarias; pero todavía faltaban diez libras.
Cuando el señor Hughes regresó a su casa encontró una carta que en ese momento recordó que había estado allí en la mañana, pero por estar apurado no la había abierto. Dentro de la carta había un cheque por diez libras esterlinas.
«Confiaré en tu gracia; es infinita;
no tiene límite ni fin».
«Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes».