«Y dijo: “Le daré mi hija Acsa como esposa al hombre que ataque y conquiste la ciudad de Quiriat Séfer.” Entonces Otoniel hijo de Quenaz y sobrino de Caleb capturó Quiriat Séfer y se casó con Acsa.
»Cuando ella llegó, Otoniel la convenció de que le pidiera un terreno a su padre. Al bajar Acsa del asno, Caleb le preguntó:
—¿Qué te pasa?
—Concédeme un gran favor —respondió ella—. Ya que me has dado tierras en el Néguev, dame también manantiales.
»Fue así como Caleb le dio a su hija manantiales en las zonas altas y en las bajas» (Josué 15:16–19).
En la vida hay «manantiales en las zonas altas y en las bajas» (Josué 15:19). Y son manantiales, no aguas estancadas; son el gozo y las bendiciones que fluyen desde el cielo a través de los más ardientes veranos y a través de los más áridos desiertos de pruebas y tristezas.
La tierra que pertenecía a Acsa estaba en el Néguev bajo el ardiente sol y era a menudo tostada por el calor abrasador. Pero desde los cerros venían los manantiales inextinguibles que enfriaban, refrescaban y fertilizaban toda la tierra.
Estos manantiales fluyen a través de las tierras bajas, lugares difíciles, desiertos, soledades e incluso lugares ordinarios de la vida. Y no importa cuál sea la situación, siempre se les puede encontrar. Abraham los halló en los cerros de Canaán, Moisés los encontró entre las rocas de Madian.
David los encontró entre las cenizas de Siclag, cuando perdió sus propiedades y su familia fue llevada cautiva. Y aunque su «tropa hablaba de apedrearlo… [David] cobró ánimo y puso su confianza en el SEÑOR su Dios» (1 Samuel 30:6).
Los mártires cristianos los encontraron en medio de las llamas, los reformadores en medio de sus enemigos y luchas, y nosotros los podemos encontrar cada día del año si tenemos al Consolador en nuestros corazones y aprendemos a decir con David: «En ti se hallan todos mis orígenes» (Salmos 87:7).
¡Cuán abundantes y cuán preciosos son estos manantiales y cuánto más es estar en posesión de la plenitud de Dios!