«Quiera él agradarse de mi meditación» (Salmos 104:34).
Isaac fue al campo a meditar. Jacob se quedó en la ribera oriental del vado de Jaboc después que toda su compañía había pasado al otro lado; allí luchó con el ángel y prevaleció. Moisés, escondido en las grietas de Horeb, contempló la gloria que se esfumaba señalando el camino por donde el Señor había pasado.
Elías envió a Acab a comer y a beber, mientras él se retiraba a la cima solitaria del Carmelo. Daniel pasó semanas en éxtasis de intercesión en las riberas de Hidekel, que una vez había regado el paraíso.
Y Pablo, no hay duda que para poder tener la oportunidad de meditar y orar en forma ininterrumpida, estuvo dispuesto a ir a pie de Troas a Asón.
¿Ha aprendido usted a entender la verdad que encierran estas grandes paradojas: la bendición de una maldición, la voz del silencio, la compañía de la soledad?

