«Jacob mandó a Judá que se adelantara para que le anunciara a José su llegada y éste lo recibiera en Gosén. Cuando llegaron a esa región, José hizo que prepararan su carruaje, y salió a Gosén para recibir a su padre Israel.
Cuando se encontraron, José se fundió con su padre en un abrazo, y durante un largo rato lloró sobre su hombro. Entonces Israel le dijo a José: —¡Ya me puedo morir! ¡Te he visto y aún estás con vida!» (Génesis 46:28–30).
José no pudo entender la crueldad de sus hermanos hacia él, el falso testimonio de una mujer traicionera o los largos años de cárcel, pero confió en Dios y finalmente vio su gloria en todo. Y el padre de José, Jacob, no pudo entender cómo la extraña providencia de Dios permitió que alejaran a su hijo de su lado.
Pero más tarde vio la gloria del Señor cuando volvió a mirar a su hijo cara a cara, quien ahora era el gobernador al servicio de un gran rey y la persona que usó para preservar su propia vida y las vidas de toda una nación.
Es posible que en usted haya también algo que lo haga dudar de Dios. Quizás diga: «No puedo entender por qué Dios permitió que perdiera a mi amado. No entiendo por qué ha permitido que la aflicción me golpee de esta forma.
No puedo entender por qué el Señor me ha llevado por este camino tan tortuoso. No entiendo por qué mis propios planes, que parecían tan buenos, han resultado tan decepcionantes. No entiendo por qué las bendiciones que necesito desesperadamente se tardan tanto en llegar».
Querido amigo, usted no tiene que entender todas las formas en que Dios trata con usted. Él no espera que lo entienda todo. Como padre, usted no espera que sus hijos entiendan todo lo que hace; simplemente espera que ellos confíen en usted. Y un día, usted también podrá ver la gloria de Dios en las cosas que no entiende.
JHM