«Habló Dios, y se desató un fuerte viento que tanto encrespó las olas» (Salmos 107:25).
Los vientos de tormenta cumplen su palabra. Cuando el viento llega a soplar sobre nosotros, es el viento de Dios para nuestra vida. No tenemos nada que ver con lo que provocó ese viento en primer lugar.
No hubiera podido agitar una hoja del árbol más pequeño del bosque, si él no le hubiera abierto el camino para soplar a través de los campos del aire. Él manda aun a los vientos y le obedecen. Manda a los vientos, como si fueran sus siervos.
Él le dice a uno: «Ve», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a otro más: «Haz esto», y lo hace. Así que cualquier viento que sople sobre nosotros es el viento de él, su viento cumpliendo su palabra.
Los vientos de Dios realizan un trabajo eficaz. Nos sacuden para desprender de nosotros las cosas perecederas, para que las cosas imperecederas permanezcan, aquellas cosas eternas que pertenecen al reino y que no pueden ser removidas.
Ellos juegan un papel en cuanto a despojarnos y fortalecernos para que podamos estar más listos para que el amor eterno nos use. Entonces, ¿podemos negarnos a darles la bienvenida? ¿Está usted en verdad dispuesto a dejarse llevar por cualquier viento en cualquier momento?
—Gold by Moonlight [El oro a la luz de la luna]
Sé como el pino en la cumbre del monte, Solo en el viento para Dios.
Hay un consuelo curioso en recordar que el Padre depende de que su hijo no ceda. Es inspirador que se confíe en nosotros para cosas difíciles. Usted nunca pidió que brisas de verano soplaran sobre su árbol. Es suficiente que usted no esté solo sobre el monte.
«Y permite que la tormenta que lleva a cabo tu obra Trate conmigo como tiene que hacerlo».

