«Y los bendijo con estas palabras: “Que el Dios en cuya presencia caminaron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que me ha guiado desde el día en que nací hasta hoy”» (Génesis 48:15).
Abraham «salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8). Para él fue suficiente saber que iba con Dios. No descansó tanto en las promesas que se le hicieron como en el que las hizo. Y no se fijó tanto en lo difícil de sus circunstancias como en su Rey —el eterno, infinito, invisible y sabio y único Dios— que había dejado su trono para guiar sus pasos y que, sin duda, habría de probarse a sí mismo.
¡Oh fe gloriosa! Su trabajo y posibilidades son estos: alegría de salir con las órdenes aún selladas, debido a una confianza inquebrantable en la sabiduría del Señor; y una voluntad de levantarse, dejarlo todo y seguir a Cristo por la gozosa seguridad de que lo mejor que le pueda proporcionar esta tierra no se compara con lo mínimo que el cielo le pueda ofrecer.
—F. B. Meyer
No es suficiente comenzar con Dios una aventura de fe, cualquiera que sea. Es necesario estar dispuesto a tomar sus ideas sobre cómo habrá de desarrollarse esa aventura y hacerlas mil pedazos porque nada de lo que ocurra en el viaje será como usted espera.
Su guía no lo librará de todos los golpes que encuentre en el camino. Él lo llevará por lugares que nunca soñó que sus ojos verían. Él no conoce el miedo y espera que usted no le tenga miedo a nada mientras está con usted.