«Tus tropas estarán dispuestas el día de la batalla … recibirás el rocío de tu juventud» (Salmos 110:3).
Esto es lo que el término consagración quiere decir en realidad. Es la rendición voluntaria o dispuesta, es decir, la entrega de sí, del corazón, impulsado por el amor, para ser del Señor. Su declaración jubilosa es: «Yo soy de mi Amado».
Desde luego, debe surgir de la fe. Tiene que haber la confianza plena de que estamos seguros en este abandono; que no estamos cayendo en un precipicio o rindiéndonos en las manos de un juez, sino que nos estamos hundiendo en los brazos del Padre y entrando en una herencia infinita.
¡Oh, es una herencia infinita! Es un privilegio infinito el hecho que se nos permita entregarnos de esa manera al que se compromete a hacer de nosotros todo lo que nos encantaría ser; aun más, ¡todo lo que su sabiduría, poder y amor infinitos se deleitará en lograr en nosotros!
Es el barro rindiéndose en las manos del alfarero, para que lo pueda transformar en un vaso de honra, apto para el uso del Maestro.
—Days of Heaven upon Earth