«Además, David juntó mucho hierro para los clavos y las bisagras de las puertas, y bronce en abundancia» (1 Crónicas 22:3).
En los albores del siglo veinte, una barra de hierro costaba unos 5 dólares. Cuando se la transformaba en herraduras, su precio subía hasta 10 dólares; al hacer de ella agujas, llegaba hasta los 350 dólares; cuando se hacía con ella pequeñas navajas, se podían obtener de ella 32 mil dólares, y cuando se hacían muelles para relojes, su valor aumentaba a 250 mil dólares.
¡Cuántos golpes tenía que soportar la barra de hierro para valer mucho más! Mientras más se la forjaba, se la martillaba, se la exponía al fuego, se la batía, se la golpeaba y se la pulía, mayor era su valor.
Podríamos usar esta analogía como un recordatorio de la necesidad de estar quietos, callados, sufrientes, porque es a los que sufren más que se les da más. Y es a través del dolor que Dios saca lo mejor de nosotros para su gloria y para la bendición de otros.
Nuestra vida es bastante misteriosa. De hecho, sería totalmente inexplicable si no creyéramos que Dios nos preparó para eventos y ministerios que permanecen ocultos más allá del velo del mundo eterno, donde los espíritus cual hierro templado se requerirán para servicios especiales.
La Biblia es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo. La Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres inspirados por el Espíritu santo
