Piedad Personal Práctica
Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. Efe. 1:18.
Reciba tanta luz el ojo del entendimiento de ustedes, que les toque el corazón, y que el templo del alma se llene de tal manera de misericordia divina y compasión por las almas que perecen y que nunca han escuchado el mensaje, que ustedes se sientan impulsados a realizar esfuerzos prácticos en favor de ellas.
Si tenemos los ojos tan abiertos a las necesidades de los campos necesitados que nos rodean, nos sentiremos inclinados a dominar nuestras necesidades imaginarias. Nuestra obra misionera debiera ser mucho más amplia. Debe practicarse la abnegación y el sacrificio como no se lo ha hecho todavía.
Al trabajar activamente para suplir las necesidades de la causa de Dios, ponemos nuestras almas en contacto con la Fuente de todo poder. Pero nadie albergue la idea que los que han aceptado la verdad estarán más empeñados en impartir que en recibir. Los gastos espirituales de ustedes no deben superar las entradas.
Una cosa es esencial para la otra. Si descuidamos la primera, también descuidaremos la segunda. Los siervos de Dios más activos e interesantes de toda época han sido los que han tenido una piedad práctica más viva. Sus necesidades espirituales fueron satisfechas por la Fuente inagotable de poder para que pudieran impartirla a los demás.
Cuando tengamos la mira puesta en la gloria de Dios, cultivaremos la piedad personal. Existe el peligro de que nuestra actividad religiosa pierda en profundidad lo que gana en superficialidad.
Existe el peligro de que nuestros obreros dependan de instrumentos humanos, de equipos y de grandes preparativos para la obra y pierdan la firmeza de su fe en Dios, de manera que hagan un gran despliegue de prosperidad, mientras descuidan la obra que hay que hacer en el corazón.
La filantropía, por mucho que se la practique, no puede ocupar el lugar de la piedad personal. Hay peligros por todos lados, y necesitamos depender constantemente de Dios, para que su Espíritu Santo purifique nuestros corazones, los dote de abnegación y los disponga a escuchar rápidamente las órdenes que proceden de lo alto.
No hay nada insignificante en la obra de Dios, y la fidelidad con que se la hace, más que la cantidad hecha, determina la recompensa de cada cual