«…Estando allí, el ángel del SEÑOR se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía…» (Éxodo 3:1–22).
La visión del ángel del Señor vino a Moisés mientras estaba dedicado a su trabajo habitual. Ahí es, exactamente, donde el Señor se deleita en dar sus revelaciones. Él busca a una persona cuando va transitando por su rutina y «una luz del cielo» (Hechos 9:3) relampaguea de repente sobre ella. Y una «escalinata apoyada en la tierra» (Génesis 28:12) puede subir desde el mercado hasta el cielo transformando una vida penosa en una vida llena de gracia.
Amado Padre: ayúdame a esperar en ti mientras voy por el camino rutinario de la vida. No estoy pidiendo experiencias sobrenaturales; solo que seas mi compañero cada día mientras trabajo y cumplo con mis deberes y que estés a mi lado todo el tiempo. Y que mi pobre vida sea transformada por tu presencia conmigo.
Algunos creyentes piensan que deben estar siempre en la cima de la montaña de gozo y revelación extraordinarios, pero este no es el modelo de Dios. No se nos prometieron tiempos de grandes alturas espirituales y comunicación maravillosa con el mundo invisible, pero sí una vida de comunicación diaria con él. Y esto para nosotros es suficiente, porque él nos dará aquellos tiempos de revelación excepcional que anhelamos.
Solo tres discípulos fueron testigos de la transfiguración y los mismos tres experimentaron las oscuridades de Getsemaní. Nadie puede permanecer en la cumbre en forma permanente porque hay responsabilidades en el valle. Jesús cumplió su agenda de trabajo no en la gloria sino en el valle. Fue allí donde se reveló como el Mesías verdadero y completo.
El valor de la visión y su gloria acompañante es su don de equipamiento que nos da para el servicio y la resistencia.
—Seleccionado