«El SEÑOR le respondió:
—Ahora verás lo que voy a hacer con el faraón. Realmente, sólo por mi mano poderosa va a dejar que se vayan; sólo por mi mano poderosa va a echarlos de su país» (Éxodo 6:1).
Durante la Guerra Civil en Estados Unidos, el hijo de un banquero se enroló en el ejército de la Unión. Una vez que el muchacho se hubo ido, este padre desarrolló un inmenso interés por la situación de los soldados, a menudo, sacrificando su trabajo. Sus amigos le empezaron a rogar que no desatendiera su negocio; tanto insistieron que terminó por hacerles caso.
Un día, después de haber tomado esta decisión, se presentó en el banco un joven soldado vistiendo un uniforme descolorido y con heridas en las manos y en el rostro. El joven soldado hurgaba en sus bolsillos tratando de encontrar algo cuando lo vio el banquero. Supuso este que el joven tenía la intención de entrar, así que le dijo: «Mi buen amigo, no puedo ayudarte hoy. Estoy demasiado ocupado. Te sugiero que vayas al cuartel y estoy seguro de que los oficiales allí te van a ayudar».
El soldado no se movió; en cambio, continuó hurgando en sus bolsillos hasta que al fin extrajo un trozo de papel casi despedazado y sucio. Lo extendió al banquero quien leyó el siguiente mensaje escrito a lápiz:
Querido papá:
Este es uno de mis amigos que fue herido en la última batalla y ha venido a verte después de haber salido del hospital. Te ruego que lo recibas como si fuera yo.
Charlie
En un segundo, toda la resolución que el banquero había tomado de dedicarse solo a atender su negocio se disipó. Llevó al joven hasta su residencia, le dio el cuarto de su hijo y lo sentó a la mesa con él. Lo cuidó hasta que el alimento, el reposo y el amor le devolvieron la salud y pudo volver al frente de batalla para seguir ofrendando su vida en el altar de la bandera por la cual peleaba.
—Seleccionado