«Moisés extendió su vara sobre Egipto, y el SEÑOR hizo que todo ese día y toda esa noche un viento del este soplara sobre el país. A la mañana siguiente, el viento del este había traído las langostas…
A toda prisa mandó llamar el faraón a Moisés y a Aarón, y admitió: He pecado contra el SEÑOR su Dios y contra ustedes… El SEÑOR hizo entonces que el viento cambiara, y que un fuerte viento del oeste se llevara las langostas y las echara al Mar Rojo. (Éxodo 10:13, 16, 19).
En estos versículos vemos cómo, antiguamente, cuando el Señor peleaba por Israel contra el cruel Faraón, fue un viento tormentoso el que les dio la liberación. Al principio, parecía que algo extraño y cruel le estaba ocurriendo a Israel.
Estaban cercados por una multitud de peligros: al frente, un mar furioso; a otro lado, altas montañas donde parecía imposible escapar; y por encima de ellos, un huracán amenazador. Parecía que la liberación que había tenido lugar no los llevaría a otra parte sino a la muerte.
«Cuando los israelitas se fijaron y vieron a los egipcios pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y clamaron al SEÑOR» (Éxodo 14:10).
Solo cuando ya parecía que no tenían escape posible vino el triunfo glorioso.
El viento tormentoso sopló delante de ellos haciendo retroceder las ondas del mar (ver Éxodo 14:21). La inmensa multitud de israelitas, entonces, avanzó por el camino abierto en el lecho del mar, una senda cubierta con el amor protector de Dios. Las aguas detenidas formaban una pared como de cristal que brillaba a la luz de la gloria del Señor, mientras bien alto, arriba, retumbaban los truenos de la tormenta.
Y esta situación se mantuvo por toda la noche. Solo al amanecer del día siguiente y cuando el último israelita hubo puesto su pie en la orilla, el trabajo del viento tormentoso quedó terminado.
Entonces Israel cantó un himno al Señor sobre cómo el viento tormentoso dio cumplimiento a su palabra… Algún día, a través de su gran misericordia, nosotros también estaremos ante un «mar… de vidrio» teniendo en nuestras manos «harpas [dadas a nosotros por] Dios».
Y cantaremos el himno de Moisés y el himno del Cordero: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso. Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones» (Apocalipsis 15:2–3). Entonces nos daremos cuenta de cómo los vientos tormentosos han logrado nuestra liberación.
—Mark Guy Pearse