«Pero el SEÑOR le dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? ¡Ordena a los israelitas que se pongan en marcha! Y tú, levanta tu vara, extiende tu brazo sobre el mar y divide las aguas, para que los israelitas lo crucen sobre terreno seco» (Éxodo 14:15–16).
Querido hijo de Dios, ¡imagínese aquella marcha triunfal! Niños incapaces de controlar sus impulsos corriendo por doquier con padres tratando de aquietarlos y mantenerlos a su lado.
Piense en cómo se habrán sentido las mujeres al experimentar una alegría incontrolable por verse libradas de un destino peor que la muerte. Y los hombres avergonzados y amonestados por dudar de Dios y quejarse contra Moisés. Y mientras se imagina el Mar Rojo con sus imponentes murallas de agua, separadas por la poderosa mano del Eterno en respuesta a la fe de un hombre, vea lo que Dios hará.
Nunca tema a las consecuencias que puedan resultar de una obediencia absoluta a sus mandamientos. Nunca se sobrecoja ante la vista de las aguas impetuosas que tenga por delante. Dios es más grande que el rugido de aguas furiosas y del inmenso poder de las ondas del mar.
«SEÑOR tiene su trono sobre las lluvias; el SEÑOR reina por siempre» (Salmos 29:10). La peor tormenta es apenas el borde de su manto, la señal de su venida y la evidencia de su presencia.
¡Atrévase a confiar en él! ¡Atrévase a seguirlo! Luego descubra que las fuerzas que bloqueaban su progreso y amenazaban su vida se transformaron, a su orden, en materiales para construir su senda de libertad.