«Este niño renovará tu vida y te sustentará en la vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera, que te ama y es para ti mejor que siete hijos» (Rut 4:15).
Alguien que escribió acerca de la recuperación de viejos barcos afirmó que no fue solo la edad de la madera de las naves lo que dio fe de su calidad. El esfuerzo y la torsión de la nave por el mar, la reacción química producida por el agua acumulada en la sentina y las diferentes cargas también tuvieron su efecto.
Hace algunos años se exhibieron en una tienda de muebles de moda en Broadway, Nueva York, algunos tableros y chapas cortadas de una viga de roble de una nave de ochenta años de edad. La exhibición atrajo la atención de muchos por su elegante colorido y sus hermosas vetas.
Igualmente llamativas fueron algunas vigas de caoba que habían pertenecido a un barco que había surcado los mares hacía sesenta años. Los años de viaje habían apretado los poros de la madera y profundizado sus colores al punto que resultaban tan magníficas y brillantes como un antiguo jarrón chino. La madera se ha utilizado desde entonces en la fabricación de un gabinete que ocupa un lugar de honor en la sala de estar de una familia rica de Nueva York.
Hay también una gran diferencia entre la calidad de las personas de edad que han vivido vidas lánguidas, autoindulgentes e inútiles y aquellas que han navegado por mares borrascosos, llevando cargas como siervos de Dios y como ayudadores de otros.
En el último grupo no solo se han filtrado el estrés y las tensiones en sus vidas, sino también el aroma de la dulzura de sus cargas que se han absorbido por los poros de cada fibra de su carácter.