«Me convirtió en una flecha pulida» (Isaías 49:2). «Como columnas esculpidas para adornar un palacio» (Salmos 144:12). Esculpidas… para adornar.
«Estando en Ámsterdam, Holanda, el verano pasado —dice un viajero— me interesó mucho una visita que hicimos a un lugar entonces famoso por pulir diamantes. Vimos a los hombres haciendo el trabajo. Cuando se encuentra un diamante, está áspero y oscuro como un guijarro corriente.
Requiere mucho tiempo pulirlo y es un trabajo muy difícil. Un pedazo de metal lo sujeta cerca de la superficie de una rueda grande que gira continuamente. Sobre esa rueda se pone polvo de diamante muy fino porque no existe ninguna otra cosa que sea lo suficientemente dura como para pulir el diamante.
Este trabajo continúa durante meses y algunas veces durante años antes de llegar a su fin. Si el diamante está destinado a un rey, entonces se le dedica más tiempo y más trabajo».
¡Qué importa que la joya preciosa se rasgue y se corte hasta que sus quilates se reduzcan diez veces! Cuando se termine de esculpir y de pulir brillará con mil destellos de luz reflejada. El valor de cada quilate se multiplicará cien veces mediante el proceso de reducción y la amenaza de destrucción.
Esperemos su tiempo; confiemos en su amor para que «la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele».
«Las joyas más excepcionales soportan el esmerilado más severo». «Porque somos hechura de Dios».