«Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados… como cordero, fue llevado al matadero… Pero el SEÑOR quiso quebrantarlo» (Isaías 53:5, 7, 10).
Sobre el fatídico monte se alza ya la cruz de pena,
Mientras que, en el horizonte, triunfa el sol, oro y cobre,
En la mañana serena.
El cuerpo del Cristo bueno, morena carne judía,
Anda ya del vil madero, suspendido por el hierro
Del clavo en la ardiente herida.
El cuerpo de Cristo, yerto, resta casi abandonado.
El nuevo Maestro ha muerto, y el enemigo está cierto
Que la batalla ha ganado.
Las nubes corren ligeras, y en el monte, ascua de luz,
En la cumbre, enhiesta, queda la cruz que a todos enseña
Cuán muerto resta Jesús.
Y yo quedo, en la distancia de los siglos no llegados…
Yo quedo… y yo soy el alma que anhelando paz y calma
Se angustia por su pecado.
Dejadme llegar por fe…
Lo que Cristo en el madero
Ha perdido, lo tendré, todo lo bueno que fue,
Porque yo soy su heredero.