«Una vez más, David reunió los treinta batallones de soldados escogidos de Israel, y con todo su ejército partió hacia Balá de Judá para trasladar de allí el arca de Dios, sobre la que se invoca su nombre, el nombre del SEÑOR Todopoderoso que reina entre los querubines.
Colocaron el arca de Dios en una carreta nueva y se la llevaron de la casa de Abinadab, que estaba situada en una colina. Uza y Ajío, hijos de Abinadab, guiaban la carreta nueva que llevaba el arca de Dios. Ajío iba delante del arca, mientras David y todo el pueblo de Israel danzaban ante el SEÑOR con gran entusiasmo y cantaban al son de arpas, liras, panderetas, sistros y címbalos.
Al llegar a la parcela de Nacón, los bueyes tropezaron; pero Uza, extendiendo las manos, sostuvo el arca de Dios. Con todo, la ira del SEÑOR se encendió contra Uza por su atrevimiento y lo hirió de muerte ahí mismo, de modo que Uza cayó fulminado junto al arca» (2 Samuel 6:1–7).
Un israelita de nombre Uza perdió la vida porque «sostuvo el arca de Dios» (2 Samuel 6:6). Con la mejor de las intenciones puso sus manos sobre ella para afirmarla «porque los bueyes tropezaron»; sin embargo, con esa acción sobrepasó los límites tocando la obra del Señor y Dios; «lo hirió de muerte allí mismo» (2 Samuel 6:7). A menudo, vivir una vida de fe requiere de nosotros que no toquemos algunas cosas.
Si hemos confiado algo completamente a Dios, debemos mantener nuestras manos alejadas de eso. Él puede guardarlo mejor que nosotros y no necesita nuestra ayuda. «Guarda silencio ante el SEÑOR, y espera en él con paciencia; no te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados» (Salmos 37:7).
A veces pareciera que todo en nuestras vidas nos sale mal, pero Dios conoce nuestras circunstancias mejor que nosotros mismos. Y él va a actuar en el momento perfecto si confiamos completamente en él. A menudo no hay nada más piadoso que la inactividad por nuestra parte, o nada más perjudicial que trabajar sin descanso, porque Dios ha prometido hacer su voluntad soberana.