«No importaba que se quedara muchos días sobre el santuario; los israelitas obedecían el mandamiento del SEÑOR y no abandonaban el lugar» (Números 9:19).
Esta fue la última prueba de obediencia. Fue relativamente fácil plegar las tiendas cuando la nube adquirió forma lentamente sobre el tabernáculo y majestuosamente empezó a moverse delante de los israelitas.
El cambio parece agradable y el pueblo estaba entusiasmado e interesado en el camino, el escenario y el hábitat del siguiente lugar de parada.
Pero tener que esperar era otra historia. Cuando la nube se quedaba «muchos días sobre el santuario» (Número 9:19), a pesar de lo poco atractivo y sofocante que fuera el lugar, de lo aburrido y tedioso que fuera para los impacientes y de la exposición al peligro, no había más remedio que permanecer acampados.
El salmista dijo: «Puse en el SEÑOR toda mi esperanza; él se inclinó a mí y escuchó mi oración» (Salmos 40:1, itálicas del autor). Y lo que Dios hizo por los santos del Antiguo Testamento lo hará por los creyentes a través de las edades aunque a menudo sea necesario esperar.
¿Esperar cuando estamos frente a frente con el enemigo amenazador, rodeados por peligros y temores o bajo una roca insegura? ¿No será este, tiempo para plegar tiendas y salir? ¿No hemos sufrido ya lo suficiente como para estar en el punto de un colapso total? ¿No podríamos cambiar el sofocante calor por «verdes pastos… [y] tranquilas aguas» (Salmos 23:2)?
Cuando Dios no responde y la nube no se mueve nos toca esperar. Pero cuando lo hacemos con la seguridad más absoluta de la provisión de Dios… Él nunca nos deja sin asegurarnos de su presencia o sin enviarnos provisiones diarias.
Joven: espera. ¡No te impacientes por ver los cambios que esperas! Ministro: permanezca en su puesto. Dispóngase a esperar allí donde está hasta que la nube empiece a moverse. Espere hasta que el Señor le dé su grata complacencia. ¡No se tardará!
—Daily Devotional Commentary