«SEÑOR Todopoderoso, Dios de Israel, tú le has revelado a tu siervo el propósito de establecerle una dinastía, y por eso tu siervo se ha atrevido a hacerte esta súplica. SEÑOR mi Dios, tú que le has prometido tanta bondad a tu siervo, ¡tú eres Dios, y tus promesas son fieles!
Dígnate entonces bendecir a la familia de tu siervo, de modo que bajo tu protección exista para siempre, pues tú mismo, SEÑOR omnipotente, lo has prometido. Si tú bendices a la dinastía de tu siervo, quedará bendita para siempre» (2 Samuel 7:27–29).
Alguna vez pensé que después de orar, tenía que hacer lo que estuviera en mis manos para conseguir la respuesta. Sin embargo, Dios me enseñó una manera mejor y me mostró que nuestro propio esfuerzo siempre obstaculiza su trabajo.
También me reveló que cuando oro y confío plenamente en él, él simplemente quiere que espere en una actitud de alabanza y haga solo lo que él me dice. Quedarme quieto, sin hacer nada excepto confiar en él, da origen a un sentimiento de incertidumbre y con frecuencia se manifiesta una tentación tremenda de tomar la batalla en nuestras propias manos.
Todos sabemos cuán difícil es rescatar a una persona que se está ahogando que trata de ayudar a su rescatador, y es igualmente difícil para el Señor pelear nuestras batallas por nosotros cuando insistimos en tratar de librarlas nosotros mismos. No es que Dios no quiera, pero es que no puede porque nuestra interferencia obstaculiza su trabajo.