«El día que yo actúe ellos serán mi propiedad exclusiva» (Malaquías 3:17).
Cristo murió para poder hacer de nosotros un «pueblo que pertenece a Dios». Muchos creyentes tienen temor de parecer raros. Unas semanas antes que Enoc fuera trasladado, es probable que sus conocidos hayan dicho que era un poco raro; hubieran comentado que cuando ellos tenían un partido de naipes e invitaban a todos los vecinos, Enoc no asistiría, ni ninguno de sus familiares. Él era sumamente extraño.
No se nos dice que era un gran guerrero ni un gran científico ni un gran erudito. De hecho, no se nos dice que fuera nada de lo que el mundo llama grande, pero caminó con Dios trescientos sesenta y cinco años y es la estrella más brillante que resplandeció en esa dispensación.
Si él caminó con Dios, ¿no podemos hacerlo usted y yo? Él un día emprendió un largo camino y todavía no ha regresado. Al Señor le agradó tanto su compañía que le dijo: «Enoc, ven más arriba».
Me imagino que si les preguntáramos a los hombres del tiempo de Elías qué clase de hombre era él, nos hubieran dicho: «Él es muy raro». El rey hubiera dicho: «Lo aborrezco». A Jezabel no le gustaba; no le gustaba a ningún miembro de la corte real, ni tampoco a muchos que eran creyentes solo de nombre, porque era demasiado radical.
Me alegro de que el Señor tuviera siete mil que no habían doblado su rodilla ante Baal; pero yo prefiero el dedo meñique de Elías antes que todos los siete mil de cuerpo entero. Yo no daría mucho por siete mil creyentes escondidos. Apenas entrarán en el cielo; no tendrán coronas.
Procure que «ninguno tome su corona». Esté dispuesto a formar parte del pueblo que Dios ha adquirido, no importa lo que los hombres digan de usted.
—D. L. Moody