«En sus murmuraciones contra Moisés y Aarón, la comunidad decía: “¡Cómo quisiéramos haber muerto en Egipto! ¡Más nos valdría morir en este desierto!”» (Números 14:2).
El fracaso de los hijos de Israel en entrar a la tierra prometida comenzó con sus quejas o, como dice la Palabra: «Toda la comunidad israelita… [hizo] murmuraciones» (Números 14:1–22, itálicas del autor). Pudo haber partido con un vago deseo de queja y descontento, pero ellos permitieron que continuara hasta que floreció y maduró convirtiéndose en una rebelión y ruina total.
Nunca deberíamos permitirnos la libertad de dudar de Dios o de su amor eterno y fidelidad hacia nosotros en todo. Deberíamos estar decididos a contraponer nuestra propia voluntad ante la duda de la misma manera que lo hacemos respecto de cualquier otro pecado. Así, si permanecemos firmes, rechazando la duda, el Espíritu Santo vendrá en nuestra ayuda, dándonos la fe de Dios y coronándonos con la victoria.
Es muy fácil caer en el hábito de la duda, la preocupación, la costumbre de preguntarnos si Dios nos ha abandonado y pensar que después de todo lo que hemos pasado, nuestras esperanzas van a terminar en fracaso. Pero tenemos que negarnos al desaliento y la infelicidad. Más bien, como dice Santiago (1:2), «considérense muy dichosos» aun cuando no estemos sintiendo alguna alegría.
Regocijémonos por fe, con una determinación firme y una convicción sencilla por la simple consideración de que es verdad, y veremos que Dios lo hará una realidad en nosotros.
—Seleccionado