«Cualquier… así será glorificado el Padre en el Hijo» (Juan 14:13).
Este es un privilegio y una posibilidad para todo hombre que puede hablar a Dios «en su nombre».
En la misión Lone Star en Ongole, India, unos pocos fieles se habían mantenido en fe y con valor año tras año. Ahora la misión estaba a punto de ser abandonada. Parecía que la obra había fracasado; el dinero escaseó. Ahora la única esperanza era Dios.
El doctor Jowett y su esposa llevaron con ellos aquella famosa anciana hindú, Julia, de casi cien años de edad y ascendieron las colinas alrededor de Ongole para pedir a Dios que salvara la misión de Lone Star y a las almas perdidas de la India.
La santa anciana hindú mezclaba sus lágrimas con su relato del momento más importante y más emocionante de su vida: aquel culto memorable al amanecer en el «monte del culto de oración», mientras le contaba la historia al doctor Cortland Myers, una noche en Nellore, India.
«Todos oraron y todos creyeron. Hablaron y oraron otra vez. Lucharon ante el trono celestial enfrentándose al mundo pagano, como Elías en el Carmelo. Al fin, el día amaneció. En el momento en que el sol se levantaba sobre el horizonte, el doctor Jowett se levantó de la oscuridad y le pareció ver una gran luz.
Levantó su mano hacia el cielo y volvió su rostro surcado por las lágrimas hacia el gran corazón de amor. Declaró que en su visión vio el campo de cactus debajo transformado en una iglesia y los edificios de una misión.
»Su fe se asió y se aferró a esa gran realidad. Reclamó la promesa y desafió a Dios para que contestara una oración que era enteramente para su propia gloria y la salvación de los hombres. El dinero vino de inmediato y con toda claridad de la mano de Dios.
El hombre, escogido por Dios, vino de inmediato. Fue evidente que era la voluntad de Dios que se llamara al doctor Clough para infundirle nueva vida y nuevas esperanzas a la misión casi abandonada.
»Hoy en ese mismo campo de cactus se levanta la iglesia cristiana con la membresía más numerosa que cualquier otra en su tiempo, veinte mil miembros. Si no se hubiera dividido por necesidad, habría ahora cincuenta mil miembros, el milagro más grande del mundo misionero en esa época. »En ese campo casi abandonado, el doctor Clough bautizó a diez mil personas en un río; dos mil doscientas veintidós en un día.