«Cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba» (Juan 11:6).
Y así el silencio de Dios fue en sí una respuesta. No dice simplemente que no hubo una respuesta audible al clamor de Betania; se afirma con claridad que la ausencia de una respuesta audible fue en sí la respuesta al clamor: fue cuando el Señor oyó que Lázaro estaba enfermo que por lo tanto se quedó todavía dos días en el mismo lugar donde estaba.
Con frecuencia he oído el silencio externo. Cientos de veces he dirigido a Dios aspiraciones cuya única respuesta ha parecido ser el eco de mi propia voz y he clamado en la noche de mi desesperación: «¿Por qué estás tan lejos de mi salvación?». Pero nunca pensé que la aparente lejanía era en sí misma la cercanía de Dios, que el mismo silencio era una respuesta.
Fue una gran respuesta para la familia de Betania. Ellos no habían pedido mucho, sino muy poco. Habían pedido solo la vida de Lázaro. Iban a obtener la vida de Lázaro y además una revelación de la vida eterna.
Hay algunas oraciones cuya respuesta es el silencio divino porque todavía no estamos lo suficientemente maduros como para recibir todo lo que hemos pedido; hay otras oraciones cuya respuesta es el silencio porque estamos lo suficientemente maduros como para más.
No siempre sabemos la fuerza plena de nuestra propia capacidad; tenemos que estar preparados para recibir bendiciones mayores de las que jamás soñamos.
Venimos a la puerta del sepulcro y suplicamos con lágrimas que se nos dé el cuerpo de Jesús; se nos contesta con silencio porque vamos a obtener algo mejor: un Señor que vive.
Alma mía, no temas el silencio de Dios; es su voz bajo otra forma. El silencio de Dios vale más que las palabras del hombre. La negativa de Dios es mejor que la afirmación del mundo.
¿Han sido sus oraciones seguidas por una quietud callada? ¡Bueno! ¿No es esa la voz de Dios, una voz que será suficiente hasta que llegue la revelación completa? ¿No se ha movido él de su lugar para ayudarle? Bueno, pero la quietud de él hace que usted esté quieto, y él tiene algo mejor para darle que una ayuda.
Espérelo en el silencio y dentro de no mucho tiempo, surgirán las palabras; ¡la muerte será sorbida en victoria! —George Matheson
¡Todos los tratos de Dios son lentos!