«Miren cuánto lo quería» (Juan 11:36).
Él lo amaba, sin embargo, se demoró. Estamos muy prestos a pensar que la respuesta demorada a la oración significa que esta no va a ser contestada. El doctor Stuart Holden ha dicho con verdad: «Muchas veces oramos y tendemos a interpretar el silencio de Dios como una negación a nuestras peticiones; cuando en realidad, él solo aplaza su cumplimiento hasta el tiempo en que nosotros mismos estemos listos para cooperar a plenitud con sus propósitos». La oración registrada en el cielo es oración con la que Dios ha tratado, aunque la visión todavía tarde.
La fe se entrena para su misión suprema bajo la disciplina de la paciencia. El hombre que puede esperar el tiempo de Dios, sabiendo que él corrige su oración con sabiduría y afecto, siempre descubrirá que él nunca se adelanta ni se atrasa ni un minuto cuando viene en ayuda del hombre.
Demorarse en contestar la oración de nuestro corazón anhelante es lo más amoroso que Dios puede hacer. Puede estar esperando que nos acerquemos más a él, nos postremos a sus pies y permanezcamos allí en confiada sumisión para que la concesión de la respuesta anhelada pueda significar una bendición mucho mayor que si la recibiéramos en cualquier otro lugar que no fuera en el polvo, a sus pies.
Nada puede detener nuestro buque cuando la marea viene. El aloe florece solo una vez cada cien años; pero se necesita cada hora de todo ese siglo para producir la textura delicada y la belleza espléndida de la flor. La fe escuchó el sonido de «una grande lluvia» y, sin embargo, Dios hizo que Elías esperara. Dios nunca se adelanta ni se atrasa.