«Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).
Muchos han regresado con los pies lacerados para contar la historia y testificar que cuando los mismos cimientos de la tierra parecían hundirse, él seguía siendo aquel que ninguna desgracia podía llevarse y que ningún azar podía hacer cambiar. Ese es el poder del gran compañerismo.
Estirado sobre el potro del tormento donde lo estaban torturando terriblemente, uno de los mártires vio con ojos despejados y purificados a un varón a su lado, que no llegaba a los cincuenta años, que le limpiaba de continuo las gotas de sudor de la frente.
Cuando el fuego está más caliente, él está allí. «Y el cuarto tiene la apariencia de un dios» (Daniel 3:25, énfasis añadido). «El que está cerca de mí está cerca del fuego».
Esa es la razón por la que el centro del horno divino es el lugar de la paz más profunda del alma. Siempre hay Uno a nuestro lado cuando atravesamos el fuego.
Cuando John G. Paton estuvo de pie al lado de aquella tumba solitaria en las islas del Pacífico Sur; cuando con sus propias manos construyó el ataúd de su esposa y cuando con sus propias manos cavó su tumba, los nativos estaban mirando.
Nunca lo habían visto así. Ese hombre tiene que llenar el sepulcro y retirarse pronto. Él dice: «Si no hubiera sido por Jesús y su presencia, que se dignó darme allí, me hubiera vuelto loco y habría muerto al lado de aquella tumba solitaria». Pero John G. Paton encontró que su Maestro estaba con él a través de la espantosa oscuridad.
Sir Ernest Shackleton y dos de sus compañeros pasaron treinta y seis horas entre las montañas nevadas de New Georgia, buscando un poblado que significaba la vida o la muerte para ellos y para la tripulación que los esperaba en Elephant Island.
Escribiendo acerca de ese viaje dice: «Me parecía a menudo que éramos cuatro, no tres». Se refiere a la Presencia guiadora que iba con ellos.
Entonces al concluir escribe: «El relato de nuestro viaje estaría incompleto sin una referencia a un asunto tan importante para nosotros».
Pablo no gozó de un privilegio especial cuando vio al Resucitado mientras iba camino a Damasco.