«Así que Jesús bajó con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a ellos» (Lucas 2:51).
Una demostración extraordinaria de sumisión. Y «el discípulo no es más que su maestro».
Piénselo. Treinta años en el hogar con sus hermanos y hermanas que no creían en él. Nos fijamos en los tres años que fueron extraordinarios y nos olvidamos por completo de los treinta que pasó en sumisión absoluta.
Si Dios le está haciendo pasar por un tiempo de sumisión y le parece que está perdiendo su individualidad y todo lo demás, es porque Jesús lo está haciendo uno con él.
Permitamos que el doctor A. J. Gossip, el dotado predicador escocés, nos diga cómo una vez en Francia, le aconteció la más grata de las experiencias.
Había estado durante varias semanas en medio de la desolación espantosa y las escenas desagradables del frente de batalla.
Después regresaron a descansar a un lugar donde había setos vivos que florecían, había un tenue resplandor verde en los árboles, la hierba y las flores, gloriosas flores en el primer esplendor de la primavera. ¡Parecía el cielo! Entonces vino la orden de regresar a Passchendaele y al frente de batalla.
«La orden nos llegó —dice el doctor Gossip— en una tarde perfecta de sol; y con un corazón amargado y endurecido, doblé por un sendero que tenía un arroyo color café que serpenteaba a su lado y una pradera exuberante con magníficas extensiones de flores moradas y amarillas a ambos lados.
La tierra estaba muy hermosa, la vida parecía muy dulce y era difícil regresar al viejo purgatorio y enfrentar la muerte otra vez. Y, con eso, a través de la abertura en el seto apareció un pastorcito apacentando su rebaño de unas dos docenas de ovejas.
No las conducía a nuestra manera áspera, con dos perros ladrando: él iba delante y ellas lo seguían; si alguna se rezagaba, la llamaba por su nombre y venía corriendo hacia él. Así continuaron por el sendero, subiendo una pequeña colina hasta la cima y por encima de ella hacia el otro lado, hasta que desaparecieron de mi vista.
Me quedé con la mirada fija donde desaparecieron escuchando como en voz audible las palabras, que se habían pronunciado solo para mí:
«Y cuando ha sacado fuera sus propias ovejas, va delante de ellas».