«A medianoche va» (Lucas 11:5).
Lo habían mandado a llamar a donde una niña yacía en su lecho de muerte, pero el poderoso Maestro tuvo tiempo para demorarse en el camino hasta que una pobre mujer indefensa recibió sanidad al tocar sus vestiduras. Mientras tanto, la vida había abandonado a la pequeña y la incredulidad humana se apresuraba a mandar de regreso la visita que ahora resultaba demasiado tarde.
«Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro». Fue entonces que su amor poderoso y fuerte se elevó al glorioso nivel de poder y victoria. «No temas», responde él tranquilamente; «cree solamente, y será salva».
«Es demasiado tarde —dice Marta—. Lleva cuatro días enterrado». Pero él solo responde: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?».
«A medianoche va». Vayamos a él cuando todas las demás puertas se cierren y hasta los cielos parezcan de bronce, porque las puertas de la oración están abiertas siempre.
Es solo cuando el sol se oculta y nuestra almohada es una piedra en el desierto que contemplamos la escalera que llega hasta el cielo con nuestro Dios infinito por encima y los ángeles de su providencia ascendiendo y descendiendo para ayudarnos y liberarnos.
Él es un amigo en la adversidad. Tiene poder para los momentos más difíciles. Está sentado en su trono con el propósito específico de ayudar en tiempo de necesidad.
No importa si el caso es desesperado y si su situación es tal que no tiene nada y si su hora es tan oscura como la medianoche: «Acuda a él». Vaya a él a medianoche. Él se deleita en la hora de la adversidad: porque es el tiempo escogido para su intervención todopoderosa.
«Al rayar el alba Dios le brindará su ayuda» (Salmos 46:5).