«Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25).
El obispo Foster fue uno de los principales jerarcas de la iglesia metodista en su época y fue un hombre muy piadoso. Después de una intensa búsqueda de treinta años, descubrió lo que aquí se relata con la esperanza de que pueda ser una ayuda a otros corazones que buscan la luz como él.
«He examinado todos los libros escritos acerca de la inmortalidad del alma, los he comprado a precios altos, los he estudiado con gran intensidad. He pasado treinta años haciendo eso, esperando que algún día pueda presentar el argumento con más fuerza y hacer una impresión más fuerte en la mente y el corazón del mundo.
»Pero cuando la muerte vino a mi hogar y fulminó a mis seres queridos. Cuando fui y miré sus tumbas, no vi sino oscuridad. Con una angustia que no puedo expresar me fui a la profundidad de los bosques y miré hacia la gran bóveda encima de mí, golpeé mi pecho y clamé a mi Padre hasta que mi corazón estuvo aplastado y quebrantado.
En mudo silencio, me tendí con el rostro en tierra para ver si podía escucharlos; pero encontré que estaba oscura y silenciosa; ni un rayo, ni una voz.
»Fui y me senté con los filósofos, pero encontré que no me daban sino cáscaras. Leí sus argumentos que una vez me alegraron, pero ahora quebrantaban mi corazón. No había nada en ellos, ni siquiera lo suficiente para que yo encontrara apoyo para una conjetura. Me sentí desamparado con una desolación absoluta. Me retorcía las manos con una angustia que no puedo describir.
»No pude encontrar alivio hasta que escuché una voz que venía de la lobreguez, desde la oscuridad y el silencio, con música y dulzura celestiales dijo: “Yo soy Jesús, la resurrección y la vida; y tus muertos volverán a vivir”.
»Y con esa sola idea sobre la cual pude descansar mi esperanza y mi fe, él me ha revelado esa gran doctrina; ha establecido la verdad que eludió la humanidad hasta que vino del cielo y relató la historia de la paternidad de Dios y de la inmortalidad de los hijos espirituales suyos».