Purificados para Cumplir la Misión
"Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado." Isaías 6:6,7
La visión que ha tenido el profeta le ha quebrantado y producido gran dolor, pero ha sido para arrepentimiento. La Biblia valora este tipo de sufrimiento del alma, como lo expresa San Pablo en una de sus cartas:
"Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte.
Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte." (2 Corintios 7:9,10)
Así preparó el Señor a Isaías, primero haciéndole reconocer que era hombre pecador frente a Su santidad y luego limpiándolo, antes de llamarlo y darle una misión.
Que el serafín haya sacado un carbón encendido del altar del incienso, en el Cielo, es signo de la acción purificadora que hizo el Señor en el alma de Isaías y sufrir el dolor del arrepentimiento.
Entendamos que esta experiencia no es la salvación de Isaías sino la purificación, limpieza y preparación de su alma para el ministerio profético.
El ser celestial tocó precisamente los labios de este hombre, purificándolos con el fuego sagrado, porque con ellos proclamaría la Palabra de Dios. Todo ministro del Señor debe vivir este proceso de purificación, no sólo al ser ungido para el ministerio sino durante toda su carrera, permanentemente.
En esta experiencia sobrenatural fue quitada la culpa de la conciencia de Isaías y fue limpio de su pecado. En verdad, todo cristiano necesita purificarse por medio del arrepentimiento, la sangre de Jesucristo y el fuego del Espíritu Santo, para ejercer tanto el llamado general o "gran comisión" como la misión particular encomendada por el Señor.