Desechemos Dudas, Confiemos en las Verdades Eternas
No debemos descansar hasta que por la fe abracemos al Salvador. «Yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito.» No descanses, creyente, hasta que tengas la plena seguridad de tu interés en Jesús.
Desechemos dudas, confiemos en las verdades eternas. Si es que habéis gustado la benignidad del Señor
(1 Pedro 2:3)
«Si» Entonces no es un asunto que debemos dar por sentado en relación con cada ser humano. «Si» Entonces es posible y probable que algunos no hayan gustado que el Señor es benigno. «Si» Entonces no hay merced general, sino particular, y es necesario que inquiramos si conocemos, por experiencia personal, la gracia de Dios. No hay una gracia espiritual examen de corazón.
Pero si que no sea objeto de un examen de corazón. Pero si bien esto debe ser objeto de diligente y piadoso examen, ninguno debe estar satisfecho mientras quede tal cosa como un «si» acerca de su «gustar que el Señor es benigno».
Una celosa y santa desconfianza de sí mismo puede dar origen a esta cuestión aun en el corazón del creyente, pero la prolongación de esto sería en verdad un mal. No debemos descansar hasta que por la fe abracemos al Salvador.
«Yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito.» No descanses, creyente, hasta que tengas la plena seguridad de tu interés en Jesús. Que nada te satisfaga hasta que el Espíritu de Dios dé testimonio a tu espíritu de que eres hijo de Él.
No juegues con un asunto tan importante. Que ningún «quizá», «por ventura», «si» y «puede ser» satisfaga tu alma.
Confía en las verdades eternas y en las promesas de Dios, y cuenta en verdad con ellas, obtén las seguras mercedes de David, y tenlas con seguridad. Haz que tu ancla entre hasta dentro del velo, y mira que tu alma esté ligada a esa ancla por el cable que no se quiebra.
Avanza más allá de esos tristes «si»; no permanezcas más en el desierto de las dudas y de los temores; cruza el Jordán de la desconfianza y entra en la Canaán de paz, donde los cananeos aún habitan, pero donde la tierra no cesa de fluir leche y miel.