Elige una Relación Intima por sobre el Respeto Distante
La iglesia hoy ha llegado a la mitad en su viaje a través del desierto. Estamos acampando al pie del Monte Sinaí, así como los hijos de Israel en el libro de Éxodo.
La iglesia hoy ha llegado a la mitad en su viaje a través del desierto. Estamos acampando al pie del Monte Sinaí, así como los hijos de Israel en el libro de Éxodo. Es obvio que hemos alcanzado el punto donde vamos a tener que tomar una decisión. ¿Seguiremos o escaparemos?
El señor trajo a los descendientes de Abraham al pie del Monte Sinaí, pero no fue fácil. Cuando la multitud de personas necesitaban comida, Dios quiso que lo buscaran por pan, pero en lugar de eso, regañaron a Moisés y le dijeron cuán bueno era estar en Egipto, el lugar de la esclavitud.
Lo mismo ocurrió cuando hubo escasez de agua. En lugar de pedirle a Dios o creer en su abundante provisión, arrinconaron inmediatamente a Moisés para quejarse y recordarle los “buenos días pasados” en Egipto.
Dios tenía algo mejor para los hijos de Israel, pero fue como si hubiera pensado, “si solo puedo hacer que pasen esta montaña, entonces puedo tener esperanza de llevarlos todo el camino”.
La triste y desafortunada verdad del Libro de Éxodo es que ese diverso grupo de personas que Dios trajo al Monte Sinaí no fue el grupo de personas que hizo atravesar el río Jordán hacia la tierra prometida.
Algo sucedió en la montaña. Dios los llamó e hizo de ellos una nación por primera vez en la historia. Los llamó a un lugar – un lugar de bendición y un lugar de cambio – y ellos no quisieron ir.
No caiga en la trampa de pensar que ese “lugar” era meramente un punto físico en el mapa, porque esas personas ya estaban deambulando a través del desierto.
Su bendición no consistía de algún lugar real, aunque la tierra prometida era parte del paquete pactado. Dios los llamó a una tierra prometida por Él. Los llamó a un lugar de pacto, un lugar de intimidad con su Creador que no fue ofrecido a ningún otro pueblo sobre el planeta en ese tiempo.
Este es el secreto del lugar secreto. ¡Nosotros pensamos que la idea de un “reino de sacerdotes” es una idea exclusivamente del Nuevo Testamento o cristiana, pero era también el plan original de Dios para Israel!
Y moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí.
Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.
Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. (Éxodo 19:3-6).
Aunque la primera generación de israelitas reunidos alrededor de la montaña creería a los espías temerosos y retrocedería ante la tierra prometida por temor, la verdadera causa de su fracaso se encuentra justo allí al pie del Monte Sinaí. Dios quería que todos los israelitas se acercaran a Él en la montaña, pero a ellos esto no le agradó.
Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos.
Y moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis.
Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios. (Éxodo 20:18-21).
Ellos vieron los relámpagos y escucharon los truenos, y retrocedieron con temor. Huyeron de la presencia de Dios en lugar de buscarlo como hizo Moisés. No estaban felices con el estilo de liderazgo que Dios había elegido.
Dios no podía deponer su identidad como el Dios Todopoderoso sola para agradar al hombre, y no lo hará tampoco hoy. De modo que el resultado final de su huída de la intimidad santa ese día fue que murieron antes de que ellos o sus hijos entraran en la tierra prometida. Prefirieron el respeto distante por sobre una relación íntima.
No era el plan original de Dios que la primera generación de israelitas muriera en el desierto. Dios quería llevar al mismo grupo de personas a quienes sacó de la tierra de esclavitud hacia la tierra de promesa. Quería dar a su nueva nación de antiguos esclavos su propia tierra y heredad, pero no la tuvieron a causa del temor y la incredulidad.
Su condena fue sellada cuando miraron a través del Jordán la tierra prometida y retrocedieron, pero comenzó realmente cuando retrocedieron de la presencia de Dios en la nube sobre el Monte Sinaí. Fue allí que ellos huyeron de Dios y demandaron que Moisés se colocara entre ellos y Dios.
La iglesia ha sufrido del mismo problema desde entonces. A menudo preferimos que un hombre se coloque entre nosotros y Dios. Tenemos un temor carnal inspirado del infierno, a la intimidad santa con Dios.
Las raíces de este temor se remontan al Jardín del Edén. Adán y Eva se escondieron con vergonzoso temor, mientras Dios anhelaba una dulce amistad.
Hoy enfrentamos el mismo desafío que los hijos de Israel hace miles de años: ¿Escapar o entrar? ¿Entrar a dónde? A la presencia de Dios.
Dios llamaba al pueblo a una intimidad, y ellos corrieron en la dirección contraria. Le dijeron a Moisés “…no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19).
Entendían que solo las cosas que se asemejaban a las características de Dios como estaba descrito en los Diez Mandamientos, podían permanecer para vivir en su presencia. Al escaparse, ellos decían: “Mira, no queremos vivir de esa manera.
No permitas que Dios nos hable ahora”. Todo lo que Dios quería que hicieran cuando le dio a Moisés los Diez Mandamientos, era arreglar sus hechos para que Él pudiera hacer más que solo mirarlos desde lejos.
Dios quería caminar con ellos una vez más en el calor del día desértico. Quería sentarse con ellos y abrir su corazón en íntima comunión. Nada ha cambiado, mi amigo. Nuestra respuesta conveniente es: “Por favor, Dios habla con nosotros, ¡incluso si por hacerlo morimos!”
Creo que la iglesia está parada en una encrucijada crítica hoy. Por un lado podríamos decir: “Hemos llegado demasiado lejos como para volvernos ahora”. Pero también podríamos decir: “Estamos realmente cansados.
Queremos sentarnos aquí por un momento”. La verdadera pregunta es: “¿Qué dice Dios?” Yo creo que Él quiere que entendamos dónde estamos en este momento. Quiere que nos extendamos y recibamos todo lo que Él tiene para darnos hoy.
Usted y yo vamos a hacer una de estas dos cosas desde este momento en adelante:
1. Creceremos en una relación con Él, sin importar lo que nos cueste, o regresaremos de donde hemos venido y nos convertiremos en personas conductoras de programas, de reuniones, organizaremos comités eclesiásticos, haremos todas las cosas “buenas” que las “buenas personas” se supone que hacen.
Terminaremos por mirar cariñosamente hacia ese momento de decisión y diremos: “Aquellos fueron los días”.
No se usted, pero yo no quiero envejecer y mirar con pesar a algunos días y decir: “OH, aquellos fueron días grandiosos”. ¿Por qué debería hacerlo cuando tengo que entender que con Dios puedo vivir en el tiempo presente? Puedo caminar en la frescura de lo que Él tiene para mi cada día.
Si me atrevo a seguir a Dios hoy, entonces mañana podré ser capaz de mirar hacia atrás y decir: “recuerdo aquellos años; ¡eso fue antes de que tuviéramos el gran avivamiento de la presencia de Dios!”
Francamente, nuestro futuro depende de nuestra actitud en esta hora de decisión. Si nuestra decisión es: “Bien, lo hemos hecho bastante bien”, entonces esto es probablemente todo lo que haremos.
Pero nuestros futuros serán totalmente diferentes si decimos: “Gracias, Señor…pero ¿dónde está el resto? ¡Tiene que haber más! ¡Muéstrame tu gloria!”
Necesitamos aprender de los acontecimientos en el Monte Sinaí. Primero de todo, Dios reveló en el Monte Sinaí que Él quería comenzar a tratar con el pueblo directa y personalmente. Hasta ese día Moisés siempre había transmitido a los israelitas todo lo que Dios decía.
Ese fue un tiempo de transición, un período en el cual Dios decía: “Está bien, es tiempo de crecer. Quiero hablarles directamente a partir de ahora, como una nación completa de sacerdotes santos.
No quiero más que tengan intermediarios. Amo a Moisés, pero no quiero tener que hablar a través de él para llegar a ustedes. Quiero tratar con ustedes directamente como nación, como mi pueblo”.
Desdichadamente, los israelitas sufrieron del mismo problema que muchos cristianos hoy. Nos hemos convertido en adictos a la unción, la palabra transmitida por medio de una buena predicación y enseñanza.
Muchos de nosotros nos hemos convertido en “bebes de pecho” que queremos sentarnos en bancos con almohadones en un edificio con aire acondicionado y climatizado, donde alguien más dijera con anterioridad lo que Dios tiene para decir, y luego lo regurgite a nosotros en una forma media digerida.
La solución es el hambre y desesperación por Dios mismo sin intermediarios. Necesitamos orar: ¡Dios, estoy cansado de que otras personas te escuchen! ¿Dónde está la traba de mi armario? ¡Voy a encerrarme hasta escucharte por mí mismo!”
Dios está cansado de tener relaciones lejanas con su pueblo. Estuvo cansado de ellas hace miles de años, en los días de Moisés, y está cansado de ellas hoy.
Él realmente quiere tener intimidad, encuentros cercanos con usted y conmigo. Quiere invadir nuestros hogares con su permanente presencia, de una manera que hará que cada visitante comience a llorar con asombro y adoración en el momento que entre.
Tanto como puedo decirle, solo hay una cosa que lo detiene. Dios no va avenir a donde no encuentre hambre. Él busca al hambriento. Hambre significa que usted está insatisfecho con la manera que ha sido, porque lo forzó a vivir sin Dios en su plenitud.
Dios solo viene cuando usted está preparado para volver con todo a Él. Dios regresa para recobrar su Iglesia, pero usted tiene estar hambriento. ¿Cuán hambriento está?
Tomado del libro: Características de un buscador de Dios.
No era el plan original de Dios que la primera generación de israelitas muriera en el desierto. Dios quería llevar al mismo grupo de personas a quienes sacó de la tierra de esclavitud hacia la tierra de promesa. Quería dar a su nueva nación de antiguos esclavos su propia tierra y heredad, pero no la tuvieron a causa del temor y la incredulidad. Su condena fue sellada cuando miraron a través del Jordán la tierra prometida y retrocedieron, pero comenzó realmente cuando retrocedieron de la presencia de Dios en la nube sobre el Monte Sinaí. Fue allí que ellos huyeron de Dios y demandaron que Moisés se colocara entre ellos y Dios. La iglesia ha sufrido del mismo problema desde entonces. A menudo preferimos que un hombre se coloque entre nosotros y Dios. Tenemos un temor carnal inspirado del infierno, a la intimidad santa con Dios. Las raíces de este temor se remontan al Jardín del Edén. Adán y Eva se escondieron con vergonzoso temor, mientras Dios anhelaba una dulce amistad. Hoy enfrentamos el mismo desafío que los hijos de Israel hace miles de años: ¿Escapar o entrar? ¿Entrar a dónde? A la presencia de Dios. Dios llamaba al pueblo a una intimidad, y ellos corrieron en la dirección contraria. Le dijeron a Moisés “…no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19). Entendían que solo las cosas que se asemejaban a las características de Dios como estaba descrito en los Diez Mandamientos, podían permanecer para vivir en su presencia. Al escaparse, ellos decían: “Mira, no queremos vivir de esa manera. No permitas que Dios nos hable ahora”. Todo lo que Dios quería que hicieran cuando le dio a Moisés los Diez Mandamientos, era arreglar sus hechos para que Él pudiera hacer más que solo mirarlos desde lejos. Dios quería caminar con ellos una vez más en el calor del día desértico. Quería sentarse con ellos y abrir su corazón en íntima comunión. Nada ha cambiado, mi amigo. Nuestra respuesta conveniente es: “Por favor, Dios habla con nosotros, ¡incluso si por hacerlo morimos!” Creo que la iglesia está parada en una encrucijada crítica hoy. Por un lado podríamos decir: “Hemos llegado demasiado lejos como para volvernos ahora”. Pero también podríamos decir: “Estamos realmente cansados. Queremos sentarnos aquí por un momento”. La verdadera pregunta es: “¿Qué dice Dios?” Yo creo que Él quiere que entendamos dónde estamos en este momento. Quiere que nos extendamos y recibamos todo lo que Él tiene para darnos hoy. Usted y yo vamos a hacer una de estas dos cosas desde este momento en adelante: 1. Creceremos en una relación con Él, sin importar lo que nos cueste, o regresaremos de donde hemos venido y nos convertiremos en personas conductoras de programas, de reuniones, organizaremos comités eclesiásticos, haremos todas las cosas “buenas” que las “buenas personas” se supone que hacen. Terminaremos por mirar cariñosamente hacia ese momento de decisión y diremos: “Aquellos fueron los días”. No se usted, pero yo no quiero envejecer y mirar con pesar a algunos días y decir: “OH, aquellos fueron días grandiosos”. ¿Por qué debería hacerlo cuando tengo que entender que con Dios puedo vivir en el tiempo presente? Puedo caminar en la frescura de lo que Él tiene para mi cada día. Si me atrevo a seguir a Dios hoy, entonces mañana podré ser capaz de mirar hacia atrás y decir: “recuerdo aquellos años; ¡eso fue antes de que tuviéramos el gran avivamiento de la presencia de Dios!” Francamente, nuestro futuro depende de nuestra actitud en esta hora de decisión. Si nuestra decisión es: “Bien, lo hemos hecho bastante bien”, entonces esto es probablemente todo lo que haremos. Pero nuestros futuros serán totalmente diferentes si decimos: “Gracias, Señor…pero ¿dónde está el resto? ¡Tiene que haber más! ¡Muéstrame tu gloria!” Necesitamos aprender de los acontecimientos en el Monte Sinaí. Primero de todo, Dios reveló en el Monte Sinaí que Él quería comenzar a tratar con el pueblo directa y personalmente. Hasta ese día Moisés siempre había transmitido a los israelitas todo lo que Dios decía. Ese fue un tiempo de transición, un período en el cual Dios decía: “Está bien, es tiempo de crecer. Quiero hablarles directamente a partir de ahora, como una nación completa de sacerdotes santos. No quiero más que tengan intermediarios. Amo a Moisés, pero no quiero tener que hablar a través de él para llegar a ustedes. Quiero tratar con ustedes directamente como nación, como mi pueblo”. Desdichadamente, los israelitas sufrieron del mismo problema que muchos cristianos hoy. Nos hemos convertido en adictos a la unción, la palabra transmitida por medio de una buena predicación y enseñanza. Muchos de nosotros nos hemos convertido en “bebes de pecho” que queremos sentarnos en bancos con almohadones en un edificio con aire acondicionado y climatizado, donde alguien más dijera con anterioridad lo que Dios tiene para decir, y luego lo regurgite a nosotros en una forma media digerida. La solución es el hambre y desesperación por Dios mismo sin intermediarios. Necesitamos orar: ¡Dios, estoy cansado de que otras personas te escuchen! ¿Dónde está la traba de mi armario? ¡Voy a encerrarme hasta escucharte por mí mismo!” Dios está cansado de tener relaciones lejanas con su pueblo. Estuvo cansado de ellas hace miles de años, en los días de Moisés, y está cansado de ellas hoy. Él realmente quiere tener intimidad, encuentros cercanos con usted y conmigo. Quiere invadir nuestros hogares con su permanente presencia, de una manera que hará que cada visitante comience a llorar con asombro y adoración en el momento que entre. Tanto como puedo decirle, solo hay una cosa que lo detiene. Dios no va avenir a donde no encuentre hambre. Él busca al hambriento. Hambre significa que usted está insatisfecho con la manera que ha sido, porque lo forzó a vivir sin Dios en su plenitud. Dios solo viene cuando usted está preparado para volver con todo a Él. Dios regresa para recobrar su Iglesia, pero usted tiene estar hambriento. ¿Cuán hambriento está? Tomado del libro: Características de un buscador de Dios.