Fortaleza a Traves del Fracaso
El Señor utiliza sus fracasos para madurar su fe y acercarlo a una comunión más intima con él, quien nunca lo condena. Dios se especializa en sacarnos del pozo y restaurar nuestra confianza
Texto: Romano 8:1
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús
Las cosas parecían sombrías para un comandante de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial: sus tropas, las primeras bajo su mando, llegaron a las orillas del norte de Africa con la esperanza de conquistar las tropas alemanas.
Pero poco después de haber establecido una cabeza de playa, fueron derrotados por el ejército de Rommel; miles de los hombres de infantería del comandante murieron y perdió cientos de sus tanques.
La misión fue un completo fracaso
Solo unos años después, Las Fuerzas aliadas designaron a este mismo hombre comandante supremo de sus ejércitos en la escena europea. Y, a menos de diez años de su gran fracaso en el norte de África, fue elegido presidente de los Estados Unidos.
Dwight D. Eisenhower había superado el amargo sabor de la derrota anterior en su camino a los homenajes militares y políticos.
Nosotros también podemos comprobar que, en conjunto, nuestros fracasos obran para bien (Romanos 8:28), por la sabiduría y por la bondad infinita de Dios.
Los episodios que consideraríamos desilusionantes, hasta aplastantes, pueden tener cualidades redentoras en el rico esquema de la gracia de Dios. Piense en las vidas de personajes bíblicos. Para salvarse él mismo, Abraham mintió acerca de la identidad de su esposa. Moisés asesinó a un hombre. David fue adúltero y asesino.
Los discípulos huyeron luego de la crucifixión de Cristo. Los fracasos de la humanidad marcan las páginas de las Escrituras. Sin embargo, no son los sumideros que imaginamos.
Dios se especializa en sacarnos del pozo y restaurar nuestra confianza A veces el fracaso es responsabilidad nuestra. Hemos pecado. Provocamos el problema. La culpa recae directamente en nosotros.
Esta puede ser la peor forma de fracaso, ya que el juicio propio puede ser severo. Observando nuestra derrota, volcamos nuestro enojo hacia nosotros mismos, condenando nuestras acciones mucho más crítica de la que lo hace Dios.
Él no tiene resentimiento hacia nosotros; en cambió, nos ofrece el don del perdón: Podemos escapar de la trampa de la condena propia simplemente aceptando este don.
En otras ocasiones, el fracaso es resultado de circunstancias que escapan a nuestro control. Consecuencias debilitantes pueden hacernos caer emocionalmente y precipitar respuestas tales como la depresión y el enojo.
En estos casos, debemos tomar la verdad consoladora de que Dios tiene el control, a pesar de las adversidades. No estamos a merced de la economía o de los actos de los demás; en cambio, debemos depositar nuestra confianza en Dios porque con él todas las cosas son posibles.
Si caemos, él nos levantará. Si fallamos, él vendrá a rescatarnos. Podemos lograr nuestros mejores triunfos si aprendemos a volvernos al Señor en medió del fracaso.
En lugar de seguir un espiral descenderte hacia la desgracia, podemos compartir la paz de Dios y su consuelo. En lugar de hundirnos y lamentarnos, podemos aprender que nuestro valor propio está anclado en nuestra identidad como hijos de Dios.
No deje que el fracaso lo deprima. Dios esta preparado para levantarlo. El utiliza sus fracasos para madurar su fe y acercarlo a una comunión más intima con él, quien nunca lo condena. Señor Jesús: a veces me siento un fracasado.
Por momentos, no se requiere mucho para que me deprima. Ayúdeme a memorizar tus promesas, contenidas en tus escrituras, para mantenerme concentrado en tu verdad y en lo mucho que me valoras.