La Llenura Fingida
Ha notado que el hambre tiene la extraña facultad de hacernos genuinamente sinceros y brutalmente francos. Los bebés con hambre no se intimidan por la gente que los rodea.
Jesús seguramente tenía en mente la intrepidez de un bebé hambriento cuando dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos».'
Los bebés con hambre no se intimidan por la gente que los rodea. Ponen su enfoque y energía total en su hambre y la fuente que les dará satisfacción. Cuando el hambre aguijonea, no hay lugar para distracciones de ninguna clase.
¿Le importará a un bebé con hambre que el pastor, evangelista invitado o líder internacionalmente reconocido esté tan cerca que puede mancharle el traje con sus lágrimas? ¿Vacilaría siquiera un segundo ese bebé frustrado en desgañitarse desesperado por el hambre, ante la posibilidad de ofender los delicados oídos del bien nutrido dignatario que está a su lado?
Pregúnteselo a mi madre, o mejor aún, ipregúnteselo a su madre! Ella le dirá con certeza que a los bebés hambrientos no les importa la opinión de nadie.
Todo lo que saben hacer es gritar a pleno pulmón: «!Que alguien me dé de comer!» Nadie se los ha dicho, pero instintivamente comprenden que su supervivencia depende de su capacidad de expresar que tienen hambre.
Algunos de nosotros tenemos «llenura fingida» la mayor parte de nuestra vida cristiana. Sea en la iglesia o en el trabajo, vivimos con una sonrisa artificial, y rehusamos salir de casa sin ella.
La verdad es que más y más cristianos «fingidores de llenura» están diciendo: «Ya me harté de esto». Su hambre interior empieza a hacer su efecto en ellos, y Dios empieza a interesarse de nuevo.
Ha notado que las falsedades repetitivas se están desvaneciendo, y esperan que las reemplacen con un nuevo vocabulario de sinceridad: «No; no ando bien; nada anda bien. ¡Estoy hambriento! La verdad es que ya estoy harto del iglesismo, pero desesperado por Dios».