Viviendo sin Complejos I
Un día vino a mi oficina una mujer acomplejada, venía para recibir algún consejo y para que orara por ella. Le dije que Dios nos creó a Su imagen y semejanza, que El puso dentro de cada ser humano un potencial que debemos descubrir y capitalizar.
Un día vino a mi oficina una mujer acomplejada, venía para recibir algún consejo y para que orara por ella.
Esta mujer, tenía poco o nada de arreglo personal, sus cabellos no estaban bien arreglados o peinados, su rostro no tenía ningún maquillaje venía con cabeza baja y rostro largo, sus labios curvos o caídos, señal inequívoca de depresión y/o frustración.
Cuando comenzó a hablar, me di cuenta que era una mujer súper acomplejada; se consideraba una mujer sin posibilidad en la vida, se veía a sí misma sin ningún atractivo o belleza, decía que todo lo que hacía le salía mal, que nadie le quería, que no era inteligente, etc.
Pude ver que esa actitud la arrastraba desde su infancia, ya que los mismos padres la habían tratado cual una inútil, falta de inteligencia e inservible. Esto parece que se le grabó en su mente y en su espíritu, y así ella se veía y se creía. Tenía una actitud insociable, rehuía de las gentes, veía a todos superior a ella y hasta su habla era defectuosa, tartamudeaba.
Mientras hablábamos, vi que realmente no era como ella pensaba y decía; noté que era una bella mujer y era inteligente y capaz. Le dije que no era cierto lo que ella decía y que estaba realmente acomplejada con un espíritu o complejo de inferioridad; que Dios la había dotado de inteligencia y que si probaba, notaría que era capaz como los demás.
Le dije que Dios nos creó a Su imagen y semejanza, que El puso dentro de cada ser humano un potencial que debemos descubrir y capitalizar; por su habla, le hice notar que había hecho cosas valiosas y de importancia que ella no había visto o tenido en cuenta.
Le pregunté si era cristiana y me dijo que sí, entonces le mostré que al recibir a Cristo pasamos a ser hijos de Dios y como tales somos príncipes, ya que Dios es el Rey de los reyes y que por lo tanto no debía sentirse inferior a nadie, pues nadie es más grande que una hija de Dios.
Le dije que ella era superior a cualquier persona de este mundo, por más ricos, cultos o personas de gran posición política o social que fueran; ya que todos ellos lo son por un lapso de tiempo; mas nosotros somos hijos de Dios y destinados a reinar con Cristo por toda la eternidad.
Le mostré que nosotros no tenemos que pensar con una mente negativa pesimista, pues nosotros tenemos la mente de Cristo. Le dije que debía vestir de lo mejor que podía y fijarse bien en la combinación de los colores y modelos que le pudieran quedar bien, que debía ir a la peluquería y arreglar sus cabellos y ponerse un poco de colorete en su rostro y así por el estilo.
Luego oré por ella y le hice repetir las mismas palabras de oración de fe y de estima por lo que ella era y de cómo Dios la había creado y salvado.
Cuando salió de mi oficina, ya era otra persona; y unos días después vino a verme y casi no la reconocí; era muy elegante, la cabeza estaba erguida, su rostro sonriente, su mirada firme, sus cabellos le adornaban el rostro.
Ahora era completamente otra persona, hasta la tartamudez había casi desaparecido. ¡Gloria a Dios! Amigo, el diablo es el autor del complejo de inferioridad; Cristo ha venido, no solamente a salvarnos para vivir una vida gloriosa en el cielo; pero vino para darnos nueva vida y vida abundante aquí en la tierra.
Cuando comencé con mi ministerio y particularmente cuando comencé a viajar por el mundo, encontrándome en conferencias y congresos; yo también tenía ese complejo de inferioridad, pero esto ya cambió. ¡Nunca más!