Su Reputación es Más Importante que su Relación con Cristo?
Una mente cristiana es una forma de pensar, es una manera cristiana de mirar todas las cosas, tiene una perspectiva cristiana renovada por el Espíritu Santo.
¿Es su reputación más importante para usted que su relación con Cristo?
por Mary E. DeMuth
Hace algunos años, en medio del ajetreo de la vida universitaria, me esforzaba por el perfeccionismo. Quería que la gente me viera como una cristiana fuerte, como una posible misionera, que memorizaba las Escrituras mientras me dirigía a las clases. Cuando conocí a Jesús a la edad de 15 años, juré que dejaría atrás el pasado siendo benditamente perfecta.
En medio de mi frenética búsqueda para convertirme en una Supercristiana, Dios me habló de manera silenciosa, y detuvo mi equivocada búsqueda: "Mary", me dijo, "¿estás más preocupada por tu reputación o por tu relación conmigo?"
Al principio, quise decirle: "Por supuesto, Señor, tú eres quien importa". Pero mis verdaderas razones me traicionaron. ¿Por qué le seguía? ¿Para parecer una santa? ¿Para que otros aplaudieran mi vida impecable, sin saber jamás las manchas que había en mi verdadero pasado? Me di cuenta entonces de lo profundamente preocupaba que estaba por mantener mi fachada exterior.
Las preguntas que me hizo Dios me pusieron en camino a un doloroso viaje en el que he aprendido el gozo de darme por vencida, de rendirme a su paradójica manera de obrar. Dios ha utilizado las cosas cotidianas de la vida para enseñarme lo vacío que era vivir para mantener mi imagen.
En mi primer año de matrimonio, sufrí una "crisis del alma". Cuando dirigía mi pensamiento a los años de la universidad –un tiempo en el que tenía un tranquilo devocional diario, en el que oraba por un avivamiento entre los universitarios, y en el que veía cualquier oportunidad como un encargo divino para compartir el evangelio–, mi vida actual como maestra de escuela y esposa me parecía terrible e imperdonablemente normal, no lo suficientemente radical.
La ironía es que me sentía como si me hubiera deslizado en la fe, aunque finalmente estaba comenzando a entender el amor ágape del Padre por mí a través del amor incondicional de mi esposo Patrick. Por fin me sentí sanada y en paz.
Durante ese tiempo, Patrick me ayudó a entender la importancia del corazón, de cómo Dios estaba más interesado en darme sanidad interior que exhibir mi "perfección" exterior. Las palabras de Oswald Chambers me alentaron: "He sido llamado a vivir en una relación perfecta con Dios, para que mi vida produzca un anhelo de Dios en otras vidas, no la admiración a mi propia persona. Dios no está tratando de perfeccionarme para que yo sea un espécimen en Su sala de exposiciones. Él me está llevando al lugar donde pueda utilizarme."
Las palabras de Oswald Chambers me parecieron perfectamente lógicas. Pero cuando los niños llegaron para perturbar mi ordenado mundo, olvidé todo eso. Por haber sido criada en un hogar que yo no quería copiar, estaba decidida a ser una madre perfecta.
Me sentía constantemente inferior, lo que me hacía trabajar más duro. Me estaba olvidando de apoyarme en mi padre perfecto: Dios. Durante mi lucha, el Señor me recordó este versículo de Jeremías: "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (2:13). Yo era culpable de ambas cosas: de dejar a Dios y a Su agua viva, y de hacer las cosas con mis propias fuerzas.
Finalmente aprendí a ir a Dios con mi estrés y mis sentimientos de insuficiencia, permitiéndole que me hiciera fuerte en mi debilidad (2 Co. 12:9, 10). Pero nada de eso me preparó para un período difícil que hubo en mi vida cuando personas que yo amaba se volvieron de repente contra mí, creyendo lo peor y regando rumores acerca de mí en nuestra comunidad.
A través del doloroso proceso de perder mi reputación, aprendí a mantener mi boca cerrada, confiando todo al Señor. Durante ese tiempo, me sentía como el rey David, quien escribió: "Recuerda, Señor, que se burlan de tus siervos; que llevo en mi pecho los insultos de muchos pueblos" (Salmo 89:50 NVI).
¡Cómo deseaba corregir el malentendido que había circulado! ¡Cómo quería ir a todas partes para enmendar todos los rumores! pero como sucede con el tubo de pasta de dientes que ha salido, no podía hacer echar hacia atrás todas las palabras que se habían dicho.
Aprendí a entregar toda la situación a Jesús, dejando que el Señor se encargara de esos terribles comentarios. Creí las palabras de Dios que había para mí en el Libro de Daniel: "Mientras él me hablaba, yo fui recobrando el ánimo y le dije: Ya que me has reanimado, ¡háblame, Señor!" (Daniel 10:19 NVI).
Pasé casi veinte años luchando con mi necesidad de ser vista como una supercristiana, sólo para encontrar la paz cuando me olvidé de eso. Mientras me mantenga preocupada por mi propia perfección y por cómo soy vista por los demás, perderé la parte más importante de seguir a Jesús: a Cristo mismo.