Todavia Prisionero de la ira y el Enojo?
Las manifestaciones de ira traen dolor a la vida de quienes la enfrentan y de las personas que se encuentran alrededor. ¿Qué hacer? Primero, admitirlo. La mejor forma de cambiar, es reconociendo en qué fallamos
Cuando arrojó el vaso con café al suelo, no pensó en su esposa ni en lo que podrían imaginar los niños, sentados con él junto a la mesa, y mucho menos la opinión de los vecinos que no perdieron detalle de la discusión que siguió a continuación.
--No actúes así. Contrólate...—le sugirió su esposa, a lo que siguió una respuesta contundente. El cruce de palabras se prolongó por mucho tiempo. Y aunque se dio una tregua, la discusión se reavivó al día siguiente, y se convirtió en una sucesión de enfrentamientos que llevaron al hijo menor a replicar las grescas en el colegio donde estudia. La niña se limita a guardar silencio, incluso en los breves lapsos de felicidad en ese hogar.
No importa que sea grande, esté pintada con vivos colores, tenga decorados por todos los rincones y el antejardín evoque el paraíso, por la gran cantidad de flores, principalmente rosas que despiertan elogiosos comentarios de quienes recorren la avenida. Nada tiene sentido porque aquella casa que parecía tomada de un cuadro, se convirtió en un infierno.
El hombre reconoce su error. Muchas veces. Cuando llega al trabajo y rememora los incidentes. Admite que no actuó bien. La ira toma fuerza. Es como un huracán que arrasa todo a su paso. La peor parte la lleva su familia. Ellos sufren mucho. Su padre, que debiera ser motivo de alegría, echa a perder los mejores momentos.
Las manifestaciones de ira traen dolor a la vida de quienes la enfrentan y de las personas que se encuentran alrededor. ¿Qué hacer? Primero, admitirlo. La mejor forma de cambiar, es reconociendo en qué fallamos.
El segundo paso, identificar qué despierta esos raptos de cólera. Y tercero, reconocer que no es en nuestras fuerzas sino con ayuda de Dios que podemos cambiar.
El apóstol Pablo escribió: “Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia. Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo.”(Efesios 4:31-32. La Biblia de Las Américas).
La exhortación del autor sagrado deja sentado un hecho. Es posible cambiar, pero debe existir una disposición al cambio en cada uno de nosotros. Todo parte de una decisión. Es esencial. Hasta tanto no comencemos, será difícil llegar a la meta. Su vida puede ser diferente. Tome el sendero hoy. No es difícil. Dios está con usted.